Sí. El tema de los temas de hoy
en Chile es la vuelta a la democracia. Ahora uno se pregunta ¿cómo es que uno
quiera volver a una situación en la que ya estuvo y de la que quería salir? ¿no
estaremos en peligro de repetir o de estar en presencia de un disco rayad? Si volvemos
a la democracia, los viejos problemas sobreviven, evidentemente. La democracia
no es la solución definitiva, la democracia burguesa, la democracia como se ha
dado en Chile y en otros países, se entiende… De modo que yo personalmente*,
que apoyo la vuelta a la democracia, tengo que tratar de autojustificarme. ¿Por
qué creo que se impone la vuelta a la democracia? Por una razón muy sencilla:
sin ella no se salva nada. Y nuestro deber fundamental en estos momentos es la
supervivencia. El planeta se encuentra en pésimas condiciones. Está moribundo. ¿Y
quiénes son los asesinos del planeta? El complejo industrial-militar. Entiendo por
ello al capitalismo y al socialismo “real”, que en la práctica han resultado,
como sistemas, tan depredadores. De modo que nosotros no volvemos a la
democracia para reanudar la vieja lucha; el reemplazo del sistema burgués por el sistema proletario. Es que han
surgido en los últimos tiempos problemas gravísimos y en los que aspectos de la
cuestión social serían solo eso; aspectos.
En la dictadura, o sea en una
situación de capitalismo virulento, resulta imposible todo intento de
comprender el problema y procesarlo. El capitalismo no dispone de herramientas
para entender la cuestión. Como tampoco dispone de ellas el socialismo “real”,
desafortunadamente. Marx entendió, mucho mejor que el liberalismo, el problema
económico, el de la explotación del hombre por el hombre. Pero la relación del
hombre con la naturaleza no es satisfactoria en el enfoque marxista, según el
pensamiento ecologista, en vez de partir de Marx, prefiere un planteamiento
contemporáneo más coherente: el planteamiento de Kropotkin. Pienso en un
ecologista norteamericano, por ejemplo: Murray Bookcheen. En su libro, “Ecología
de la libertad”, aporta una nueva cosmovisión, una especie de nuevo “Capital”.
Y todo esto tiene más que ver con el socialismo libertario que con el
socialismo autoritario.
Estas filosofías sociales
decimonónicas tienen sus fallas. En su época significaron valiosos pasos
adelante en la historia del hombre y en la caracterización de la lucha de
clases. Pero hoy éstos son solo cuestiones parciales de las estructuras y de
las situaciones más graves que operan entre bastidores.
Pienso en este momento en las
relaciones jerárquicas generales. El ¡NO! a las relaciones jerárquicas, es una
de las primeras intuiciones del ecologismo.
¡NO! A la relación jerárquica de
amo a esclavo entre hombre y mujer, por ejemplo. Como una metáfora de fondo, el
trato que da el complejo industrial-militar a la naturaleza no es nada más que
otra cara del machismo: la naturaleza, como mujer, y el hombre comportándose
ante ella de una manera autoritaria. Habría entonces que retroceder, habría que
buscar entre bastidores y encontrar allí el último núcleo de las dificultades
sociales y comunitarias.
Y hasta las del hombre con la
naturaleza y consigo mismo. En síntesis estoy pensando en una vuelta a la
democracia en Chile, pero con fines planetarios. En otros términos: acción
puntual en Chile y en todas partes, pero con la obligación de pensar globalmente.
Las soluciones para estos dilemas
que se barajan de ordinario son convincentes desde un de vista tradicional,
pero carecen de plausibilidad ecológica. Una de las soluciones propuestas es el
enfrentamiento. Pero esto viene a ser sinónimo de colapso ecológico y de
holocausto nuclear. ¡NO al enfrentamiento! para empezar. Eso nos llevaría al
Apocalipsis. ¿Habría que renunciar a la acción? ¿Habría que renunciar a la
lucha? No. En su libro “Psicoanálisis y ecología”, Cesarman dice que no hay que
extrañarse de lo que ocurre en el planeta. Si fuera lícito extrapolar los
principios del psicoanálisis individual a la sociedad, veríamos que la
comunidad humana está recibiendo como ordenes profundas de fuertes impulsos tanáticos.
No se conoce ningún sistema que sea eterno, que sea inmortal. De modo que este
que llamamos “sociedad humana” está tan expuesto como cualquier otro al
desgaste y a la muerte.
Repensarlo todo de nuevo; esa
sería la primera obligación. Y en esta responsabilidad de repensar la realidad
social desde un punto cero, hay que estar en condiciones de responder a ls
siguiente pregunta; ¿quién es el culpable del lamentoso estado actual del planeta?
Hemos condenado al capitalismo y al socialismo “real”, pero estas filosofías
fueron de muy buenas intenciones, porque ambas querían construir el Paraíso en
la Tierra. ¿No habría una falla anterior? Se me ocurre que sí. En la Reforma
estarían dadas las raíces del capitalismo, especialmente en Calvino, con su
endiosamiento del trabajo. El trabajo no es otra cosa que acción sobre la
naturaleza.
Transformación de la naturaleza
en artefacto, en chatarra. Y todo esto opuesto al principio de finitud de la
naturaleza descubierto por la ciencia contemporánea: la naturaleza no tiene una
capacidad infinita de autorregulación.
Los ecologistas piden una
solución lúcida del problema social. No una solución de ojos cerrados. Y no
estoy hablando de la ecología académica tradicional inventada por Heckel en el
siglo XIX: una ciencia estudia la prelación de una especie con su medio. Ni
tampoco refiriéndome a esa doctrina dedicada a salvaguardar, por ejemplo, la
vida de las ballenas o de las focas o interesada en plantar arbolitos.
Naturalmente que todas estas actividades son bienvenidas. Pero son
absolutamente insuficientes.
Maquillajes, coartadas, movidas.
No son soluciones. Cuando digo ecologismo estoy pensando en las Propuestas de
Daimiel, que los ecologistas españoles produjeron en el año 1978. Un movimiento
socioeconómico basado en la idea de armonía de la especie con su medio, que
lucha por una vida lúdica, creativa, igualitaria, pluralista, libre de
explotación y basada en la comunidad y colaboración de las personas. Los
auténticos presupuestos de una ecología social, realizada más allá de los
términos de una ecología académica y de conservacionismo ambiental.
Originalmente publicado en Crisis No. 52, marzo 1987, p.22-25.
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