Vivir su vida - E. Armand

¿Por qué abandonas el camino abierto para tomar ese sendero tan estrecho y escabroso? ¿Sabes bien, muchachita, adonde te conducirá? Quizás termina en algún abismo insondable. Nadie, ni siquiera los contrabandistas se atreven a aventurarse en él. Permanece en el camino ancho y espacioso por el que todo el mundo pasa, en el camino bien cuidado y señalizado kilómetro por kilómetro. ¡Es tan cómodo y grato deambular por él!

Estoy harta de la ruta nacional y del polvo sofocante, de los conductores lentos y de los peatones apresurados. Estoy cansada de la monotonía de los grandes caminos, de las bocinas de los automóviles y de los árboles alineados como granaderos. Quiero respirar libremente, respirar a mi gusto, vivir mi vida.

No se consigue nunca vivir la propia vida, pobre niña. Es una quimera. Los años te curarán pronto de ese deseo. Vivimos siempre un poco para los demás y éstos, a su vez, viven, en cierta medida, para nosotros. El que siembra no es el mismo que hace el pan. Y el minero no es quien conduce la locomotora. La vida en sociedad es un conjunto de engranajes humanos muy complicados cuyo funcionamiento exige mucha vigilancia, reclama numerosas concesiones e infinitas atenciones. Piensa, pues, en el caos que se produciría si cada uno quisiera vivir su vida. Es comparable al que reina allá abajo, en aquel sendero que ningún caminante visita, donde las malas hierbas crecen enmarañadas, y que no se sabe a donde conduce.

 Es, ¡oh anciano!, esta complicación de la vida en sociedad lo que me horroriza. Me espanta esta obligación de dependencia respecto al prójimo, obligación que siento pesar como una carga sobre mi ser ansioso de vivir a su manera. Y desfallezco ante la idea de vivir la vida de los demás. Deseo poder morder a bocado limpio sin hallarme expuesta a ser calificada de glotona o malcriada. Quiero poder tenderme sobre el césped de los prados sin temor al guardia de campo. Antes las raíces y los animales silvestres, y las zarzas del camino sin salida, que el pan dorado y el palacio en compañía de quien me repugna ¿Qué me importa saber a donde voy? Yo vivo para hoy y el mañana me es indiferente.

Algunos, ¡oh muchachita!, han hablado un lenguaje idéntico al tuyo y también, como tú, han marchado hacia lo desconocido. Nunca lograron volver de tal viaje. Mucho tiempo después, sobre los senderos, ya allanados, y sobre las cumbres desbrozadas, han sido encontrados aquí y allá pequeños montones de huesos: esto era, sin duda, todo lo que quedaba de ellos. Habían vivido su vida, pero ¿a qué precio y durante cuánto tiempo? Contempla esas altas torres de las que se escapan sin cesar espesas nubes de humo: son las chimeneas de las fábricas grandiosas que ha edificado el género humano; es ahí donde millares de hombres, en locales blanqueados, espaciosos y ventilados, manejan esas maravillosas máquinas que dispensan a los humanos los artículos de primera necesidad. Y, cuando llega la noche, sencillos, satisfechos de la tarea realizada, conscientes del pan cotidiano ganado con el sudor de su frente, vuelven cantando, esos hombres, a sus hogares humildes donde les esperan los seres queridos. Y ese edificio rectangular, con grandes salas y amplias vidrieras, es la escuela, donde maestros abnegados preparan para vencer las dificultades de la vida a los pequeños seres que hasta aquí no encontraron en ella más que ventajas; ¿no oyes el rumor de las vocecitas infantiles que repiten la lección que se les ordenó ayer aprender de memoria?…  Esos toques marciales y esos pasos cadenciosos anuncian que en el recodo del camino aparecerá pronto, con la bandera a la cabeza, una tropa de muchachos a quienes la patria mantiene durante cierto tiempo para enseñarles a defenderla eficazmente si se viera de nuevo amenazada. 
Y así evolucionan los hombres hacia el Progreso, obrando cada uno en su propia esfera y de acuerdo a sus propios medios. Hay, sin duda alguna, tribunales y cárceles, pero son los descontentos e indisciplinados los que las hacen necesarias. No obstante sus defectos, la implantación de semejante estado de cosas ha requerido siglos. Es la civilización imperfecta pero perfectible, la civilización de cuyo influjo no podrás escapar sino retrocediendo quién sabe hasta qué límite.

En esos vastos talleres, yo no veo más que rebaños de esclavos ejecutando con monotonía, como si fueran ritos, los mismos gestos ante las mismas máquinas; esclavos que han perdido toda iniciativa y a quienes la energía individual faltará cada vez más, ya que cada vez menos el riesgo parece constituir una de las condiciones de la existencia humana. De arriba a abajo, en la escala administrativa, circula únicamente esta consigna: ahogar la iniciativa individual.
Cierto que cuando llega la noche oigo cantar a vuestros obreros, pero con voz avinada y después de haberse parado en las innumerables tabernas establecidas en las inmediaciones de las grandes fábricas. Las voces que parten de vuestras escuelas son vocecitas de niños tristes y aburridos que apenas pueden dominar el deseo de correr, de saltar las vallas, de trepar los árboles. Bajo el uniforme de vuestros soldados no veo más que seres en los cuales se pretende aniquilar todo sentimiento de dignidad individual. Disciplinar la voluntad, matar la energía, restringir la iniciativa, he ahí por qué y a qué precio subsiste vuestra sociedad. Y teméis de tal modo a los que no quieren adaptarse, que los recluís en el fondo sombrío de una celda. Entre vuestro civilizado del siglo veinte, cuya única preocupación parece ser la de evitarse el esfuerzo necesario al sostenimiento de su existencia, y el hombre “vestido con pieles de animales”, ¿de qué lado se inclina la balanza? Este último no temía el peligro; no conocía la fábrica ni el cuartel, ni la taberna, ni el prostíbulo, ni tampoco la cárcel ni la escuela. Vosotros habéis conservado, modificándoles el aspecto, sus prejuicios y supersticiones. Pero no poseéis su energía, ni su valor, ni su franqueza.

Convengo en que el panorama de la actual sociedad presenta algunas sombras. Pero hay hombres generosos que intentan introducir una mayor equidad y justicia en su funcionamiento. Reclutan partidarios; mañana, quizá, serán los más, la irresistible mayoría. No te vayas, pues, por senderos extraviados; enarbola principios, sigue un método. Cree en mi vieja experiencia: el éxito no suele acompañar más que a lo que se realiza sistemáticamente. La ciencia te enseña que es preciso regularizar la vida. Higienistas, biólogos, médicos, te suministran en su nombre las fórmulas necesarias a la prolongación y a la felicidad de tu existencia. Carecer de principios, de autoridad, de disciplina y de programa es la mayor de las incoherencias.

Ni necesito ni deseo vuestra disciplina. En cuanto a mis experiencias, quiero hacerlas yo misma. Es de ellas yno de vosotros de donde sacaré mi regla de conducta. Quiero vivir mi vida. Me inspiran horror los esclavos y los lacayos. Detesto a quien domina y me repugna quien se deja dominar. El que consiente en inclinar la espalda bajo el látigo no vale más que el que lo azota. Amo el peligro y me seduce lo incierto, lo imprevisto. Deseo la aventura y me importa un cuerno el éxito. Odio vuestra sociedad de funcionarios y administrados, millonarios y mendigos. No quiero adaptarme a vuestras costumbres hipócritas ni a vuestras falsas cortesías. Quiero vivir mis entusiasmos en medio del aire puro de la libertad. Vuestras calles trazadas con regla me torturan la mirada, y vuestros edificios uniformes hacen hervir de impaciencia la sangre de mis venas. Ignoro a donde voy. Y esto me basta. Sigo derecho mi camino, a tenor de mis caprichos, transformándome sin cesar, y no quiero ser mañana semejante a como soy hoy. Deambulo y no me dejo esquilar por la tijera de un comentador único. Soy amoral. Sigo adelante, eternamente apasionada y ardiente, entregándome al primer hombre que se me aproxima, al caminante harapiento, pero no al sabio grave y engreído que quisiera reglamentar la longitud de mis pasos. Ni al doctrinario que quisiera suministrarme fórmulas o reglas. Yo no soy una intelectual; soy una mujer. Una mujer que vibra ante los impulsos de la naturaleza y las palabras amorosas. Odio toda cadena y toda traba, me encanta pasear desnuda dejando acariciar mis carnes por los rayos del sol voluptuoso. Y, ¡oh anciano!, me importa muy poco que vuestra sociedad se rompa en mil pedazos con tal que yo pueda vivir mi vida.

¿Quién eres tú, muchachita sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la Anarquía.


Emile Armand.


1926

Paisaje con viento grande

Con música en la plaza y niñas de perfil, Lebu
es la costa de este domingo, con lo amargo
de todos los domingos, la ventolera
que lo turba todo, a la salida de la misa,
y tú, arrogante del verano, pura esmeralda
de la capital, Nena
que no me oyes, llamarada
morena con tu esbeltez
salobre, entre española y alemana,
con un ojo verde y el otro azul, turgente la turgencia
del encanto, pura escultura,
correcta la nariz, pintada la lujuria de la boca
grande, con tus piernas de bailarina, pura perdición
en el carrusel, puro peligro peligroso.

Porque no te lo digo, porque nunca te lo diré
por mucho que hablemos o callemos, mi sigilosa, por mucho,
ligerísima, que corramos semidesnudos en la arena
del desafio, a ver
quien nada más lejos
por el Golfo, salto mortal, quién vuela más libre
desde lo áspero de las rocas más altas
al abismo de Bocalebu, justo
donde el río ronco raja la mar, la estremece
hasta el fondo de su latido; ni así voy a decírtelo.

Preferible quedarme aquí mirando abiertamente el arco
      chillante de las altísimas
gaviotas, desde la punta de este páramo
cortado a pico por la espuma; que otros se harten
de lo airoso de esa turbulencia: lo sol,
lo mar, lo lágrima que hay en ti: que otro, que alguno
te bese por dentro, que sea
lo que ha de ser;
                         cerremos, cerrazón,
estos días de viento grande con orgullo; Lebu
es un río-cuchillo que corta para abrir
lo arcano.

Gonzalo Rojas, Lebu 1936

¿Por qué todas/os vivimos en una prisión? La cárcel, las leyes y el control social.


En esta sociedad existe un lugar donde una/o se encuentra perpetuamente bajo vigilancia, donde cada movimiento es monitoreado y controlado, donde todxs están bajo sospecha, a excepción de la policía y sus jefes, donde se asume que todxs son criminales. Hablo, de la cárcel, por supuesto…
Pero a un ritmo cada vez más rápido, esta descripción se está ajustando cada vez más a los espacios públicos. Los centros comerciales y los centros de las principales ciudades están bajo video vigilancia. Guardias armados patrullan escuelas, bibliotecas, hospitales y museos. Una/o es registradx en aeropuertos y estaciones de bus. Los helicópteros policiales vuelan sobre las ciudades e incluso sobre los bosques, en busca del crimen. La metodología del encarcelamiento, que junto con la metodología policial son una sola, está siendo impuesta gradualmente en todo el paisaje social.

Este proceso está siendo impuesto por medio de miedo y las autoridades lo justifican sobre nosotrasxs en función de nuestra necesidad de protección – de los criminales, de los terroristas, de la vigilancia y las drogas. Pero ¿quiénes son esos criminales y esos terroristas, quienes son tales monstruos que a cada momento amenazan nuestras vidas llenas de miedo? Solo un momento de cuidadosa atención es suficiente para responder esta pregunta. A los ojos de los amos del mundo, nosotras/os somos los criminales y los terroristas, nosotros/as somos los monstruos – potencialmente, al menos. Después de todo, somos lxs únicxs a quienes ellxs controlan y vigilan. Somos lxs únicxs que son observadxs por las cámaras de video y registradxs en las estaciones de bus. Una/o solo puede preguntarse si el hecho que este sea manifiestamente obvio es lo que provocó a la gente a cegarse a ello.

El dominio del miedo es tal que el orden social incluso nos pide ayuda en nuestra propia vigilancia. Padres registran los pulgares de sus niñxs en agencias policiales conectadas con el FBI. Una compañía con sede en Florida llamada “Applied Digital Solutions” ha creado el “VeriChip” (conocido también como “Angel Digital”) el que puede almacenar información personal, médica y de otros tipos, y se pretende que esté implantado bajo la piel. Su idea es promover en las personas su uso voluntario, para su propia protección, por supuesto. Prontamente puede estar conectado a la red del satélite del Sistema de Posicionamiento Global (GPS) de tal forma que cualquier persona con el implante pueda ser monitoreadx constantemente. Además, hay docenas de programas que fomentan la delación – otro factor que es también similar a las prisiones, donde las autoridades buscan y recompensan a lxs soplones. Por supuesto, hay otros presos que tienen una actitud bien diferente hacia esta escoria.

Pero todo es puramente descriptivo, una imagen de la sociedad/cárcel que está siendo construida a nuestro alrededor. Una comprensión real de esta situación que nosotrxs podemos usar para combatir este proceso, necesita un análisis más profundo. De hecho, la prisión y la policía se sostienen en la idea de que hay crímenes, y esta idea se sostiene en la ley. La ley es representada como una realidad objetiva mediante la cual lxs ciudadanxs de un Estado pueden ser juzgadxs. La ley crea, de hecho, una especie de igualdad. Anatole France expresó irónicamente esto señalando que ante la ley tanto vagabundo como reyes se les prohibió robar pan y dormir bajo puentes. Desde este punto, está claro que ante la ley todxs nos volvemos iguales, porque nos convertimos simplemente en cifras no-seres sin sentimientos, relaciones, deseos y necesidades individuales.

El objetivo de la ley es regular a la sociedad. Esta necesidad implica que la sociedad no está satisfaciendo o llenando los deseos de todxs quienes están dentro de ella. Esta existe más bien como una imposición sobre la mayor parte de aquellxs que la componen. Es obvio que tal situación solamente podría llegar a ocurrir donde el más importante tipo de desigualdad existe- la desigual de de acceso a los recursos para que cada una pueda crear su vida a su propia manera. Para aquellxs que tienen la delantera, esta situación de desigualdad social tiene el doble nombre de propiedad y poder. Para quienes están abajo, sus nombres son pobreza y sometimiento. La ley es la mentira que transforma esta desigualdad en una igualdad que sirve a los amos de la sociedad.

En una situación en la que todxs tienen total e igual acceso a todo lo que necesario para realizarse a uno/a misma/o y para crear su vida en sus propios términos, una riqueza de diferencias individuales florecería. Un vasto conjunto de sueños y deseos se expresarían a sí mismos, creando un aparente infinito espectro de pasiones, amores y odios, conflictos y afinidades. Esta igualdad en la que ni la propiedad ni el poder existirían, se expresaría por lo tanto la aterradora y hermosa desigualdad no jerárquica de individualidades.
Por el contrario, donde la desigualdad de acceso a los medios para crear la propia vida existe – por ejemplo, donde la gran mayoría de la gente ha sido despojada de sus propias vidas- todxs se vuelven iguales, porque todxs se convierten en nada. Esto es cierto inclusive para aquellxs con propiedad y poder, porque su estatus en la sociedad no está basado en quienes son, sino en lo que tienen. La propiedad y el poder (el cual siempre reside en un rol y no es una persona) es todo lo que tienen que vale la pena en esta sociedad. La igualdad ante la ley beneficia a los amos, precisamente porque su meta es preservar el orden que ellxs gobiernan. La igualdad ante la ley disfraza la desigualdad social precisamente detrás de lo que la mantiene.

Pero, por supuesto, la ley no mantiene al orden social con palabras. La palabra de la ley no tendría sentido sin la fuerza física que se encuentra detrás de ella. Y esta fuerza existe en el sistema de aplicación de la ley y el castigo: la policía, la cárcel y el sistema judicial. La igualdad ante la ley es, en realidad, un delgado barniz que oculta la desigualdad de acceso a las condiciones de existencia, los medios para crear nuestras vidas a nuestro modo. La realidad constantemente rompe con este barniz y su control solo puede mantenerse por la fuerza y mediante el miedo.

Desde la perspectiva de los amos del mundo, todxs somos, de hecho, criminales (potencialmente, al menos), todxs somos monstruos amenazando sus dulces sueños, porque todxs somos potencialmente capaces de ver a través del velo de la ley y escoger ignorarla y recuperar los momentos de nuestras vidas a nuestra manera, cada vez que podamos. Por tanto, la ley por si misma (y el orden social de la propiedad y el poder que la necesitan) nos hace iguales precisamente el criminalizarnos. Esta es, por lo tanto, la lógica resultante de la ley y del orden social que la produce, que el encarcelamiento y la vigilancia se volverían universales, de la mano con el desarrollo del supermercado global.

A la luz de esto, debería estar claro que no vale la pena hacer leyes más justas. No sirve vigilar a la policía. No vale la pena intentar mejorar este sistema porque cada reforma inevitablemente reproducirá el sistema, incrementando el número de leyes, aumentando el nivel de vigilancia y control, haciendo el mundo algo cada vez más parecido a una cárcel. Si deseamos tener nuestras vidas en nuestras manos, hay solo una manera de responder a esta situación- Atacar a esta sociedad con el fin de destruirla.

Wolfi Landstreicher

Colores


Eran blancas las plumas de los pájaros y blanca la piel de los animales.

Azules son, ahora, los que se bañaron en un lago donde no desembocaba a ningún río, ni ningún río nacía.

Rojos, los que se sumergieron en el lago de la sangre derramada por un niño de la tribu Kadiueu. Tienen el color de la tierra los que se revolcaron en el barro, y el de la ceniza los que buscaron calor en los fogones apagados. Verdes son los que frotaron sus cuerpos en el follaje y blancos los que se quedaron quietos.
Eduardo Galeano

¿Es esto lo que ustedes llaman "vivir"?


Levantarse con la aurora. A buen paso, o aprovechando algún medio de locomoción rápido, ir al trabajo. Es decir, recluirse en un local más o menos espacioso, más o menos privado de aire. Sentado delante de una máquina, teclear sin descanso para transcribir cartas de las que no se compilaría ni la mitad si fueran escritas a mano. O fabricar, accionando algún instrumento mecánico, objetos siempre iguales. O no alejarse nunca de un motor para vigilar su funcionamiento. O, en fin, mecánica y automáticamente, recto frente a un telar, repetir continuamente los mismos gestos, los mismos movimientos. Y esto por horas y horas, sin variar, sin distraerse, sin cambiar de atmósfera ¡Todos los días! 
¿Es esto lo que ustedes llaman “vivir”? 

¡Producir! ¡Producir más! ¡Producir siempre! Como ayer, como antes de ayer. Como mañana, si no nos sorprende la enfermedad o la muerte ¿Producir? Cosas que parecen inútiles, pero de las que no es lícito discutir la superficialidad. Objetos complicados de los que no se tiene sino una parte en la mano, y quizá una parte ínfima. Objetos de los cuales se ignora el conjunto de las fases que atraviesa su fabricación ¿Producir? Sin conocer el destino del propio producto. Sin poder negarse a producir para quien no nos agrada, sin poder dar prueba de la más pequeña iniciativa individual. Producir: ahora, rápido. Ser un instrumento de producción que se estimula, se aguijonea, se sobrecarga, que se extenúa hasta el completo agotamiento . 
¿Eso es lo que ustedes llaman “vivir”? 

Partir de mañana a la caza de una jugosa clientela. Perseguir, engatusar al “buen cliente”. Saltar al auto, del auto al colectivo, del colectivo al tren. Rendir cincuenta visitas por jornada. Desangrarse para sobrevaluar la propia mercancía y devaluar la ajena. Volver tarde, sobreexcitado, harto, inquieto, hacer infelices a los que nos rodean, estar privado de toda vida interior, de todo arranque hacia una mejor humanidad. 
¿Y es eso lo que ustedes llaman “vivir”? 

Secarse entre las cuatro paredes de una celda. Sentir lo desconocido de un futuro que nos separa de los nuestros, los que sentimos nuestros al menos, por afecto o por haber compartido riesgos juntos. Tener, si se está condenado, la sensación de que nuestra propia vida huye, que no hay nada más que podamos hacer para determinarla. Y esto por meses, años enteros. No poder luchar más. No ser más que un número, un juguete, un harapo, una cosa matriculada, vigilada, espiada, explotada. Todo en medida mucho mayor a la pena fijada en relación al delito. 
¿Y es eso lo que ustedes llaman “vivir”? 

Vestir un uniforme. Por uno, dos, tres años, repetir incesantemente el acto de matar hombres. En la exuberancia de la juventud, en plena explosión de virilidad, recluirse en inmensos edificios donde se entra y se sale a horas fijas. Consumir, pasear, despertarse, dormir, hacer todo y nada a horas establecidas. Y todo eso para aprender a manejar instrumentos capaces de quitar la vida a individuos desconocidos. Para prepararse a caer muerto un día por un proyectil que viene de lejos, disparado por alguien también desconocido. Entrenarse para morir, o producir la muerte. Ser instrumento, autómata en las manos de privilegiados, poderosos, monopolistas, acaparadores porque no se es privilegiado, ni poderoso ni dueño de hombres. 
¿Es eso lo que ustedes llaman “vivir”? 

No poder aprender, ni amar, ni estar en soledad, ni derrochar el tiempo a gusto propio. Tener que estar encerrado cuando el sol brilla y las flores emborrachan el aire con sus efluvios. No poder ir hacia el trópico cuando la nieve golpea las ventanas, o hacia el norte cuando el calor se hace tórrido y la hierba se reseca en los campos. Encontrar delante de sí, siempre y donde sea, leyes, fronteras, morales, convenciones, reglas, jueces, oficinas, cárceles, hombres en uniforme que mantienen y protegen un orden de cosas mortificante. 
¿Y es eso lo que ustedes llaman “vivir”? ¿Ustedes, enamorados de la “vida intensa”, aduladores del “progreso”, todos ustedes, los que empujan las ruedas del carro de la “civilización”? Yo llamo a eso vegetar. Lo llamo morir. 

Emile Armand

Poemas en la mañana

IV

Vengo de los cerros.
Subí con las primeras luces del alba
y desciendo en el medio día,
abandonando el cuerpo al movimiento del descenso
y el espíritu suelto siguiendo su ritmo propio.
no me importa la hora que es.
Silbo y canto canciones que no he oído nunca
y que brotan de mí sin esfuerzo alguno.
La ciudad a lo lejos apretujada bajo el sol.
Chimeneas distantes, sus ponchos negros en el viento ondean.

Cantos de pájaros y agua que corre entre raíces reptantes.
Ese camino va perezosamente hacia el bosque.
El cielo está azul
y los espinos puntiagudos llenos de nidos redondos.
Las acequias me invitan a detenerme: desnúdese...
Continúo silbando y gozando mi libertad casi física.
Ímpetus de gritar, de correr como un caballo hacia el horizonte.
Pasan motores fatigados y hombres que los manejan.
Hombres que han perdido el sentido profundo de la tierra.
Yo marcho más ligero caminando a través de mí mismo
por encima de los rastrojos amarillos.

Manuel Rojas, Tonada del transeúnte, 1927.

A veces pienso quién

A veces pienso quién, quién estará viviendo ronco mi
              juventud
con sus mismas espinas, liviano y vagabundo,
nadando en el oleaje de las calles horribles, sin un cobre,
remoto, y más flexible: con tres noches radiantes en las sienes
y el olor de la hermosa todavía en el tacto. 
             
Dónde andará, qué tablas le tocará dormir a su coraje,
qué sopa devorar, cuál será su secreto
para tener veinte años y cortar en sus llamas las páginas
           violenta.
Porque el endemoniado repetirá también el mismo error
y de él aprenderá, si se cumple en su mano la escritura.

Gonzalo Rojas

Los amantes

Me desprendo del abrazo, salgo a la calle.
En el cielo, ya clareando, se dibuja, finita, la luna.
La luna tiene dos noches de edad.
Yo, una.

E. Galeano

El trabajo: el robo de la vida

¿Qué es el bombardeo al juez, 
el secuestro del industrial,
el ahorcamiento al político, el disparo al policía, 
el saqueo a un supermercado,
el incendio de la oficina del jefe,
el apedreamiento al periodista,
el abucheo al intelectual, la golpiza al artista,
frente a la alienación mortal de nuestra existencia,
el sonido del despertador demasiado temprano,
el atochamiento en el tráfico, 
los bienes en venta alineados en los estantes?

La alarma del reloj te despierta otra vez, demasiado temprano como siempre. Sales del calor de tu cama hacia la ducha en el baño, una afeitada y una cagada, luego corres a la cocina donde te lavas los dientes, o si tienes tiempo, comer algunos huevos con pan tostado y una taza de café. Entonces sales volando para ir a luchar con el atochamiento o con las muchedumbres en el metro, hasta que llegas... al trabajo, donde te pasas el día realizando tareas que no eliges, en asociación obligada con otras/os involucrados/as en tareas parecidas, cuyo objetivo principal es la continua reproducción de las relaciones sociales que te obligan a sobrevivir de esta manera. 

Pero esto no es todo. En compensación recibes un salario, una suma de dinero que (después de pagar el arriendo y las cuentas) tienes que llevar a los centros comerciales para comprar comida, ropa, artículos de primera necesidad y entretenimiento. Aunque esto es considerado tu "tiempo libre" en oposición al "tiempo del trabajo", esta también es una actividad obligada que garantiza en segundo lugar tu supervivencia, su principal propósito también es reproducir el orden actual existente. Y para la mayor parte de la gente, el tiempo libre de esas restricciones es cada vez menor.

Según la ideología que domina esta sociedad, este tipo de existencia es el producto del contrato social entre iguales, esto es iguales ante la ley. El trabajador, se dice, acuerda vender su trabajo al jefe a cambio de un salario acordado mutuamente. Sin embargo, ¿Cómo puede ser libre a igualitario un contrato, si una de las partes tiene todo el poder?.

Si miramos desde más cerca el contrato, se hace claro que no es ningún contrato, sino la más violenta y extrema extorsión. Esto es más escandalosamente evidente en los márgenes de la sociedad capitalista, donde la gente que ha vivido por cientos (o miles en algunos casos) de años a su propia manera, se encuentra con su capacidad para determinar las condiciones de su existencia, arrebatada por las máquinas aplanadoras, las motosierras, los equipos mineros, etc, de los amos del mundo.

Pero este es un proceso que se ha llevado a cabo por cientos de años, el que involucra un descarado robo de tierra y de vidas a larga escala, aprobado y llevado a cabo por la clase dominante. Privados de los medios para determinar las condiciones de su existencia, no se puede decir honestamente, que las/os explotadas/os estén haciendo un contrato libre e igualitario con quienes les explotan. Claramente esto es un caso de chantaje.

¿Y cuáles son las condiciones de este chantaje? Los/as explotados/as son son forzadas/os a vender el tiempo de sus vidas a sus explotadores, a cambio de su supervivencia. Y esta es la real tragedia del trabajo. El orden social del trabajo se basa en la impuesta posición entre vida y supervivencia. El problema de cómo una/o se las arreglará suprime el problema de cómo esta persona quiere vivir, y con el tiempo todo parece natural y una/o reduce sus sueños y sus deseos a las cosas que con el dinero puede comprar. 

Sin embargo, las condiciones del mundo del trabajo no solo se aplican a aquellas/os que trabajan. Una/o fácilmente puede ver cómo, a partir del miedo de quedarse en la calle o el temor al hambre, la gente desempleada es atrapada por el mundo del trabajo al buscar un empleo. Más o menos lo mismo sucede con aquellas/os que viven de las ayudas del estado, cuya sobrevivencia depende de la existencia de la burocracia de la asistencia social, incluso para quienes el evadir el trabajo se ha vuelto una prioridad, el centro de las decisiones de una/o giran en torno a estafas, hurtos en tiendas, reciclando de la basura, todas las distintas maneras de arreglárselas sin un empleo. En otras palabras, las actividades que podrían estar bien para sustentar un proyecto de vida se vuelven un fin en sí mismo, haciendo el proyecto personal de vida uno de simple supervivencia. ¿ De qué forma se diferencia esto, realmente, de tener un trabajo?.

Pero, ¿cuál es la base real del poder detrás de esta extorsión que es el mundo del trabajo? las leyes y los juzgados, las fuerzas policiales y militares, las multas y las prisiones, el miedo al hambre y a quedarse en la calle, por supuesto todos estos son aspectos reales e importantes de la dominación. Pero, incluso la fuerza de las armas del estado solo puede tener éxito al llevar a cabos u tarea debido a la sumisión del pueblo. Y aquí está la base real de toda la dominación, la sumisión de los esclavos, su decisión de aceptar la seguridad de la miseria y de la servidumbre conocida, por sobre el riesgo de la libertad desconocida, su voluntad de aceptar una supervivencia asegurada pero sin color, a cambio de la posibilidad de vivir realmente, lo cual no ofrece ninguna garantía.

Así, para acabar con nuestra esclavitud, para movernos más allá de los límites de la simple sobrevivencia, es necesario tomar la decisión de rechazar la sumisión; es necesario empezar a reapropiarnos de nuestras vidas aquí y ahora; tal proyecto inevitablemente nos ubica en conflicto con el orden social entero del trabajo; de esta forma, el proyecto de reapropiación de la existencia de una/o debe ser también el proyecto de destrucción del trabajo. Para ser más claro, cuando digo "trabajo" no me refiero a la actividad en la que una persona crea los medios para su propia existencia (la cual idealmente nunca estaría separa de la vida de uno/a y del hecho de vivir) sino más bien, a una relación social que transforma esta actividad en una esfera separada de la vida de esa persona y la pone al servicio del orden dominante, de este modo, esta actividad, deja de tener relación directa en la creación de su propia existencia, en vez de eso solo se le mantiene en el campo de la simple subsistencia (a cualquier nivel de consumo) por medio de una serie de mediaciones en la que la propiedad, el dinero y el intercambio de mercancías están entre las más importantes. En el proceso de recuperación de nuestras vidas, este es el mundo que debemos destruir, y esta necesidad de destrucción hace de la reapropiación de nuestras vidas junto con la insurrección y revolución social un solo proyecto.

Wolfi Landstreicher

En la mañana

Hacía años que no se levantaba antes de las diez de la mañana. Estaba en el mejor de los sueños. La puerta se abrió. Fuertes golpes metálicos y una luz cegadora lo despertaron sobresaltado.

- ¡Recuento! ¡Todos en pie! 
Desde la litera de arriba, la tercera, bajó trabajosamente. Él y sus seis compañeros de celda, diez metros cuadrados, aguardaron de pie el medio minuto largo que el imbécil del funcionario tardó en contarlos. 
Él, pronto o tarde, saldría. El funcionario seguiría en la cárcel cuando él se fuera.




Surre-Dada



Pequeña publicación de textos e imágenes surre(alistas) y dada(istas). 

El trampolín - Manuel Rojas


HAY MUCHA gente que no cree en la suerte. Dicen que todo está determinado y que no sucede nada que no obedezca a leyes fijas, invariables, que provocan tales o cuales hechos, y que el hombre no puede escapar a lo que el destino le tiene reservado. Pero es indudable que hay un ancho margen para los acontecimientos imprevistos, una especie de puerta de escape de lo determinado y de lo prescrito, un burladero para lo fatal, un trampolín para los saltos de la suerte. Puede ser esto la casualidad, la eventualidad, puede ser lo que ustedes quieran, pero existe, y yo quiero demostrarlo contándoles un caso. Resignación.
Yo tengo un delito sobre mi conciencia. Legalmente, es un delito.  Moralmente, no. Un tribunal me condenaría; un hombre, a solas con su conciencia, sin investidura legal, me perdonaría, encontrando en el fondo de mi acto un sentimiento noble; Yo no sé ni conozco las proyecciones que mi conducta trajo consigo. Me conformé con el hecho mismo, sin importarme lo demás;
El caso es el siguiente:
Hace ya bastantes años, siendo yo un muchacho de veinte, estudiante de segundo año de medicina, venía de Valparaíso a Santiago, de vuelta de vacaciones, acompañado de un amigo que tenía más o menos la misma edad mía.
Subimos al tren en la estación del Puerto. Viajábamos en tercera clase. Mi familia era pobre y la de mi amigo también. Al llegar el tren a Bellavista vimos que subía un hombre con esposas, pobremente vestido, acompañado de un guardián armado con carabina y de un señor con aspecto de agente de policía. Dio la casualidad de que el único asiento desocupado para dos personas estaba frente a nosotros y en él se ubicaron el reo y el agente. El guardián; después de despedirse, descendió.
Nosotros, jóvenes, llenos aún de piedad para la desgracia ajena, nos sentimos impresionados ante aquel hombre, joven también, esposado, expuesto a la curiosidad de todos. Una vez sentado se arrimó bien a la ventanilla y miré por ella insistentemente, evitando ver nuestras miradas, que lo recorrían de arriba abajo.
Como he dicho, era joven, treinta años a lo sumo, moreno tostado, con reflejos cobrizos en los pómulos; los rasgos de su rostro eran regulares. normales. Vestía un traje de mezclilla, muy arrugado, camisa sin cuello y calzaba gruesos zapatones, bototos que llaman. Todo él daba la impresión de un trabajador del norte, un minero, un calichero o un carrilano. Sentíamos deseos de hablar con ellos y saber los motivos de la desgracia de aquel hombre, las circunstancias de la misma y tal vez el lugar donde se había originado.
Empezamos a hablar con el agente, charlando de asuntos sin interés, hasta que no pudiendo reprimir su curiosidad, uno de nosotros preguntó:
- ¿De dónde vienen?
—De Antofagasta.
—Y. ¿por qué lo trae?
El preso dio vuelta la cabeza y nos miró con aire de cansancio. Sin duda habrían sido muchas las personas que hicieran La misma pregunta durante el largo viaje.
—Por homicidio —respondió el agente. ¿Homicidio?
-Sí, mató a un amigo y compañero de trabajo.
Nos callamos, sintiendo que nuestra simpatía disminuía antela desnudez del  hecho. Pero el preso pareció darse cuenta de ello y dijo:
-Si, así dicen, que yo lo maté; pero Dios sabe que no supe lo que hacía y que nunca tuve esa intención. Empezó a hablar, y escuchamos, atónitos, el más original de los relatos.
— ¿Cómo lo iba a querer matar, patroncito, cuando lo quería tanto? Durante muchos años anduvimos juntos y nos apreciábamos más que si fuéramos hermanos. Nos conocimos yendo los dos en un enganche para las salitreras, y desde el primer momento nos hicimos amigos. Recorrimos casi todo el norte, sin separarnos, corriendo la suerte día tras día, por las salitreras, por las minas, por los puertos, por todas partes. Nos emborrachábamos juntos, y juntos caíamos presos; salíamos juntos también de la capacha. Con uno que trabajara, comíamos los dos. Cuando uno se enfermaba, el otro lo cuidaba mejor que si fuera un pariente. Teníamos confianza ciega el uno en el otro y nunca hubo entre nosotros un sí ni un no. En fin, para qué le cuento más; nos queríamos como caballo. Martín era muy juguetón y muy travieso y le gustaba payasear conmigo; a mí también me gustaba. Eso fue lo que nos perdió. Era muy pesado de mano y me daba unas guantadas, muy fuertazas, que me dejaban atontado. Yo le atracaba también con todas mis fuerzas, pero él era mucho más macizo y cuando pegaba, parecía que lo hacía con una piedra. El me daba un puñetazo y yo le daba otro; él me pegaba una cachetada y yo le plantaba otra; si me pellizcaba lo pellizcaba, y todo esto riéndonos, sin pizca de rabia ni de mala intención, como dos chiquillos. Hasta que una noche, patrón, en que estábamos borrachos en la oficina Baquedano, empezamos con la payasada: me estaba preparando para acostarme y me había sacado ya la chaqueta, cuando viene por detrás y me da un coscacho que casi me aturde.
“Me dolió muchísimo. ¡Las manitos que tenía Martín! Me dio rabia, y como tenía el cuchillo en la mano, para ponerlo debajo de la almohada, me di vuelta y le hice así no más, como para asustarlo, ¿y no se fue a morir este.... tonto leso? Se murió, patrón, y yo salí corriendo, llorando a mares, gritando que había muerto a mi compañero. Me llevaron preso, y aunque conté la verdad, nadie me creyó. Dijeron que lo había muerto peleando y me condenaron a cinco años y un día. Nadie ha llorado más que yo, patrón, porque yo era el único que podía llorarlo con razón: él era mi amigo, mi compañero, mi hermano, y yo lo había muerto sin querer, payaseando. Y no crean ustedes que tenga vergüenza de mi condición ni que me importe la condena. Lo único que siento es que se haya muerto, y así, sin motivo, de una manera tan tonta. ¡Qué desgracia, patroncito, qué desgracia!
Calló el hombre y volvió de nuevo a su actitud de aislamiento. El agente sonreía, mostrando debajo del largo bigote negro una hilera de dientes blancos. Sin duda que el asunto, contado así, resultaba un poco divertido; pero ni yo ni mi amigo sentíamos deseos de sonreímos. No habíamos visto en el relato sino aquella ternura por el amigo muerto y aquella ingenuidad admirable, que se detenía justamente en el límite de la estupidez.
No cabía duda respecto de la veracidad de su relato y era indudable que en el fondo de su conciencia se consideraba inocente. Y en cierto modo, casi estoy por decir que absolutamente lo era, o que por lo menos no merecía ser condenado, ya que bastante pena y bastante angustia eran para él haber asesinado a la persona que más quería, a su compañero, a su amigo, a aquel Martín que yo me imaginé grande, colorado, gordo, con bigote color castaño, risueño, despreocupado, vestido con camiseta, faja y pantalón negro.
Les ofrecí cigarrillos al agente y al preso. Aceptaron. El preso fumaba penosamente, levantando las dos manos para llevar y retirar el cigarrillo de la boca. El espectáculo me impresioné demasiado y salí hacia el exterior del coche, parándome a fumar en la plataforma.
El tren corría a través de los cerros que rodean Quilpue y Villa Alemana. Calles llenas de rosales; caminos que se prolongan desde los pueblitos hacia el campo, subiendo perezosamente los cerros; terrenos cultivados, alfalfares, campos de juego, jardines. ¡Daba gusto mirar! Y daba pena acordarse de aquel que iba en el interior del coche y que durante tantos años no podría echar a andar por un camino que le gustara, libremente, sin pedirle permiso a nadie.
En fin, era ridículo que me dejara llevar por un sentimiento inútil de piedad y conmiseración. Lo que aquel hombre necesitaba era su libertad y nada más. Ni la piedad ni la conmiseración nuestra lograrían amenguar una gota su amargura ni aliviar su desgracia:
¡Cinco años y un día! Estaba agarrado firmemente por las manos duras del presidio, que lo absorbería con su ancha boca oscura y lo devolvería a la calle cuando el último día de su condena hubiera transcurrido. Ya no habría escapatoria para él. Desde la estación iría al presidio, derecho, recto, fatalmente.
Para olvidar el asunto y distraerme, empecé a silbar y a cantar. Aprovechando el ruido de la marcha del tren, cantaba a grito pelado en la plataforma, fumando y mirando el paisaje. De pronto, el tren piteó; iba llegando a La Calera. Entró a la estación y paró. Los vendedores de frutas y fiambres, de dulces, atronaron el aire con el reclamo de su mercadería y los pasajeros descendían a comprar. Otros se acercaban a las ventanillas. Entre la gente que bajaba, vi pasar al agente encargado de la custodia del preso. Me miró al pasar y me dijo:
—Voy a comprar algo de comer.
- ¿Y el preso? —le pregunté.
—Se estará quieto; es muy tranquilo.
Al bajar, la muerte lo sorprendió brutalmente. En lugar de descender hacia el andén de la derecha, junto al cual estaba detenido el tren, descendió hacia el de la izquierda, atravesando la vía de los trenes de regreso. No alcanzó a llegar, pues una locomotora lo tomó de costado, echándolo sobre los rieles y pasándole después por encima. Lo trituró horriblemente. Yo no pude gritar, tan grande fue mi impresión; pero en medio de ella me acordé del preso y durante varios segundos pensé infinidad de cosas.
La muerte había abierto para aquel hombre la pueda de escape de lo prescrito y lo determinado, y era yo el único que podía sacarlo por ella o volverla a cerrar, pues nadie más que yo, espectador casual del accidente, podía reconocer en aquel montón informe de carne al agente de policía y contar lo que pasaba. ¿Merecía aquel hombre que se le diera una oportunidad para librarse de su condena? Yo creo que sí y lo había pensado ya así al considerar que era inocente, por lo menos en principio. Su remordimiento y su pena eran ya bastante carga para su alma. Por otra parte, el único interesado, por obligación del oficio, en que se cumpliera la condena de aquel hombre, era el agente y el agente había muerto. La justicia, persona abstracta, habla perdido su representante, y mientras apareciera otro, aquel hombre estaba libre. Claro es que yo…
Pero no quise pensar más y entré al vagón decidido a facilitar el salto de aquel hombre en el trampolín de la suerte.
Que cayera donde pudiera. Una vez dentro vi que mi amigo estaba muy pálido y miraba fijamente por la ventanilla. Había presencia do también el accidente, pues nuestro asiento era el más cercano a la plataforma y daba hacia el lado izquierdo. Al yerme pareció interrogarme con la mirada. Sin duda tenía en su cabeza idénticos pensamientos.
- ¿Qué hacemos?
Los demás pasajeros estaban distraídos, efectuando apresuradamente sus compras, y aquellos que ya tenían noticias del accidente, no sospechaban quién era el atropellado por la locomotora.
—Ándate —le dije al preso en voz baja, rápidamente.
— ¿Y cómo, patrón? ¿No ve cómo estoy? -me preguntó, mostrándome sus manos esposadas—. Entrégueme a la policía, mejor. Después, si me pillan, es peor. Yo vacilé. El asunto salía ya de la simple simpatía y de la aquiescencia piadosa y entraba en la franca complicidad. Pero mi amigo resultó más atrevido que yo. Tomó el sombrero del preso y poniéndolo sobre las esposas, le dijo:
—Sujétalo ahí.
El hombre tomó el sombrero con una mano y lo colocó de modo que le tapara las esposas.
—Vamos.
El preso se levantó. Estaba muy pálido y tiritaba, no sé sí de alegría o de miedo, hasta el punto de castañetearle los dientes. Yo estaba también muy nervioso y me temblaban las piernas. Bajamos del tren hacia la derecha y salimos de la estación tomando después una calle cualquiera. Caminamos en silencio, sin mirarnos, entregado cada uno a sus reflexiones o a su angustia.
Llegamos a las afueras del pueblo y buscamos un sitio solitario donde ocultarnos. Digo buscamos, y no es cierto; mi amigo era el que nos llevaba. Habla tomado la aventura por su cuenta y nos dirigía con una audacia que nunca sospeché en él. Nos dejábamos llevar, dócilmente, obedeciendo a su voluntad y, en cierto modo, descansando en ella. Nos escondimos detrás de un árbol.
—Busca dos piedras grandes, pronto.
Encontré lo que me pedía, y él, colocando una en el suelo, hizo poner al hombre una mano sobre ella y con la otra empezó a golpear la argolla de hierro de la esposa. A mí me parecía que los golpes se escuchaban desde la estación. Vigilaba anhelante. De pronto oí un grito.
— ¡Ayayay, patrón!
En lugar de pegar en la argolla, mi amigo, en su precipitación, había dado en la mano del hombre.
—Te estoy dando la libertad y todavía te quejas —dijo mi amigo.
—Pero pegue en la argolla, pues, patrón —replicó el preso.
Por fin la esposa se partió en dos y el preso levantó en el aire su mano magullada. Empezaba a saborear la libertad.
—Vamos, a la otra. Golpea tú; yo me cansé.
Tomé la piedra, y mientras mi amigo vigilaba empecé a golpear la argolla de la otra mano. No resistió mucho tiempo, pues yo pegaba con precisión y firmeza. Una vez rota, mi amigo la cogió y la arrojó entre las ramas del árbol. Ahí quedó enganchada.
- Después, nos encontramos los tres mirándonos de frente, sorprendidos. Habían pasado el entusiasmo y la angustia de la aventura. El preso, inmóvil, parecía esperar nuestro consejo o nuestra palabra de liberación. Tímido, a pesar de todo lo sucedido, no se consideraba aún libre; se sentía atado a nosotros y no se atrevía a marcharse sin que se lo indicáramos.
— ¿Qué esperas? Ándate —le dije—. Y procura no jugar con nadie teniendo un cuchillo en la mano y estando borracho.
—Si, patrón; para otra vez tendré más cuidado.
Empezó a andar, despacio, sin mirar para atrás, en dirección al campo, a los cerros. Pero, sin duda, por vergüenza o por otro sentimiento análogo, nuestra presencia le molestaba y le impedía sentirse verdaderamente en libertad, porque de pronto echó a correr, a correr, cada vez más ligero, hasta desaparecer en medio de un grupo de árboles.


De mártires y verdugos


Año 1970: Un grupo de hombres marchando. Un joven mira a la cámara alzando el puño, le acompañan otros elevando una pancarta firmada "V.O.P." Emprendemos un viaje hacia los acontecimientos del pasado, reconstruyendo la historia de la represión en Chile, y revisitando la aventura de un grupo de jóvenes revolucionarios que, insertos en el proceso de los años 70, será reprimido por el mismo gobierno de la Unidad Popular.

Linyera, caminante, croto


Que importa saber quien soy,
ni de donde vengo, ni pa' donde voy
si el mueble más antiguo
siempre es el más buscado,
y la planta por añeja
siempre es más apreciada.
Por qué hombre que anda
solo, viejo y desamparado,
no merece por lo menos,
la limosna e' una mirada?
No me lloren que no llueve,
qu'el campo se ha secado;
Eso a mi no me conmueve,
seco siempre he andado!
Si el tiempo es dinero,
y el minuto mucho cuesta,
soy millonario verdadero,
por lo que gasto la siesta!
Por la vida yo camino,
como empleado d' intendencia,
sin fatiga, ni destino,
sin apuro y con conciencia.



El rostro de un candidato político en una valla publicitaria - C. Bukowski

Ahí está:
No demasiadas resacas
No demasiadas peleas con mujeres
No demasiados neumáticos desinflados
Nunca pensó en el suicidio

No más de tres dolores de muelas
Nunca se saltó una comida
Nunca estuvo encarcelado
Nunca estuvo enamorado

7 pares de zapatos

Un hijo en la universidad
un coche que no tiene más que un año
 pólizas de seguros
un césped muy verde
cubos de basura con tapa hermética

Seguro que le eligen.

Planeta Libre



En un pequeño y lejano planeta, su población con apariencia igual a la humana anda por el año 6000, y esa sociedad está tan avanzada que, entre otras cosas, han prescindido hace mucho tiempo del dinero y de la dependencia de casi todos los objetos materiales. La vida promedio de esos seres evolucionados dura alrededor de 250 años, se comunican telepáticamente y sus actividades se desarrollan en un completo y armónico contacto con la naturaleza. 

Ecce Homo - M. S. Papasquiaro


Caído de la nube menos proclive al estallido
Sin embargo / rebelde a ese amargo tronco
Gota a gota rana & musgo
expiación de pedruzco sin cascada
Desangro como a toro por los cuernos
el muñón resbaloso al que se aferra mi albedrío
Soy abeja africana que supera toda trampa
Dios exacto se hinca a mamarle la verga a Dios demente
Caín se le regala a Abel transformado en ajolote
                                  de mirra & cempazúchitl
No habrá otro espejo más cercano a las heridas
                                                de mi lengua
Soy aquél que llora
que coge lo poco que se encuentra
La caries que se chupa la mujer por no morderme
El arca de la Alianza confundida
El ala gambusina
La inabsorbible sangre
Los kilos de cerilla acumulada
tras la barda de vidrio de mi oreja anestesiada
Soy el último patio del último manicomio no dopado
Ni tengo sexo / Ni respeto a nadie
Gocé vivir
Beso a mi muerte
La empuño
la columpio
la salpico
la derrocho
No hay larva a quien no contagie de mi virus
Al miércoles de ceniza lo convierto en jueves
Porque son santos todos los balazos
Desde el primero al último.

La lengua de las mariposas



1936. En un pequeño pueblo gallego, Moncho, un niño de 8 años, se incorpora a la escuela tras una larga enfermedad. A partir de ese momento comienza su aprendizaje del saber y de la vida de la mano de su amigo Roque y de su peculiar maestro (Fernando Fernán-Gómez), que les inculca conocimientos tan variados como el origen de la patata o la necesidad de que las lenguas de las mariposas tengan forma de espiral.

No me interesa conocer su mundo de mierda - Arnolfo Cid Torres

El que dicen que va ser mi padre,
anda caminando por la calles sin tener idea de mi existencia.
Conoció a la mujer que me lleva en su vientre,
por las casualidades que ocurren cuando hay dos de ron y un par de pitos.
El se calentó y ella también,
quizás se conocían de antes, pero a mí eso me da lo mismo.
Borrachos llegaron a la pieza de él,
no prendieron la luz, y se tiraron en la cama,
Descontrolados, impacientes, como si ya no hubiese tiempo
Los dos desnudos y sudorosos quedaron,
A él ni siquiera se le paraba, no importaba
Para eso estaba ella
La erección vino, esta mujer abrió sus piernas y él la penetro
En menos de dos minutos, empecé el viaje yo,
En el velador habían condones, y en la farmacia pastillas
Después de un rato, ambos se vistieron
Desde ahí no se han vuelto a ver,
Ella no sabe aún qué existo
Y yo estoy aquí esperando que alguien anule mi presencia,
No me interesa conocer este mundo de mierda,
Tampoco me importan sus debates de la vida,
Lo que diga el cura, sus políticos conservadores y la moral que representan
Me tienen sin cuidado.
No me interesa conocer su mundo de mierda
Me cago en lo que llaman familia,
Sus cuentos, sus ropas, sus juegos hueones,
No quiero apagar las velas que me recordaran cada un año,
A la mierda de mundo que me han traído,
¡Permítanme ser anulado!
Para no ser educado, Para no ver sus guerras, para no pasear por sus malls,
Hipocresía, competencia, cinismo, ambición y consumo,
me invitan a convertirme en un buen señor.
Desde este pequeño espacio preparo mi suicidio,
Esperare unos meses hasta que crezca el cordón,
Los que dicen llamarse mis abuelos, se endeudaran,
para llevarme a un lugar cómodo donde ver mi aparición.
De seguro llevaran una cámara para inmortalizar el momento,
¡Permítanme ser anulado!
Para no conocer eso que llaman amor.
Bautizo, casamiento, trabajo y jubilación,
Para reproducir a más como yo.
No me interesa conocer su mundo de mierda,
Desde este pequeño espacio preparo mi suicidio,
Esperare unos meses hasta que crezca el cordón.

Miren como sonríen - Violeta Parra


Miren cómo sonríen
los presidentes
cuando le hacen promesas
al inocente.
Miren cómo le ofrecen
al sindicato
este mundo y el otro
los candidatos.
Miren cómo redoblan
los juramentos,
pero después del voto,
doble tormento.

Miren el hervidero
de vigilante
«para rociarle flores
al estudiante».
Miren cómo relumbran
carabineros
«para ofrecerle premios
a los obreros».
Miren cómo se viste
cabo y sargento
para teñir de rojo
los pavimentos.

Miren cómo profanan
las sacristías
con pieles y sombreros
de hipocresía.
Miren cómo blanquearon
mes de María,
y al pobre negreguearon
la luz del día.
Miren cómo le muestran
una escopeta
para quitarle al pobre
su marraqueta.

Miren cómo se empolvan
los funcionarios
para contar las hojas
del calendario.
Miren cómo gestionan
los secretarios
las páginas amables
de cada diario.
Miren cómo sonríen,
angelicales.
Miren cómo se olvidan
que son mortales.

Contra la noche - Omar Cáceres.

Con sus rápidos ojos que parten el viento,
los tranvías hallan, copian la ciudad;
las frías nubes despliegan, intensifican la vida.

Mi pensamiento rueda y se alarga hasta mi casa,
derramando sus lunas de sed en la tormenta;
burgueses y mendigos y vehículos,
todo lo que a mi encuentro viene,
se agranda a su contacto, resplandece,
y anula su existencia, acabase, en mi mismo.

Entonces canto mis límites, mi alegría desbordada
como un collar de olvido en la extremidad de un verso;
contra el rumbo de la noche voy ganando hojas de plata,
y he de estar dormido cuando todas me pertenezcan.

Primer comunicado de la Organización de Niñxs Salvajes contra la Adultocracia




prohibieron la risa, prohibieron el baile.
prohibieron los colores vistosos, el juego, el amor.


justo antes de esto fue el momento infame en el que secuestraron a nuestras madres i las condicionaron i estructuraron para servirles i servirles, adoctrinándolas a la sumisión i al encierro. todo esto sólo para satisfacer sus propios intereses.

no pudimos hacer nada. nada entendíamos de violencia ni de egoísmo. algunxs lograron escapar i se volvieron aún más bestias, se erigieron seres mitológicos, maravillosos i olvidados. en realidad, poco i nada sabemos de ellxs, prohibidos i sentenciados al olvido por la nueva Ley del Padre.

lxs que quedamos, la gran mayoría, fuimos, tal como nuestras madres, uniformados i domesticados. se inició la era del trabajo, i los niños salvajes debíamos de convertirnos en ciudadados funcionales a la tecnocracia, que sugería -imponía- una existencia dedicada a alimentar la codicia de algunxs pocxs, mediante la capacitación especializada i una deliciosa temporada en el infierno del estruja i aprieta.

se nos convenció de muchas cosas, i mucho tiempo pasó como para llegar realmente a creerles. de ser traviesos, juguetones e impredecibles, pasamos a ser automáticos, pálidos i angustiosos. nuestras inquietudes fueron violadas en pos de las banderas tuertas del progreso que nunca llegó i nunca ha de llegar.

todo esto fue cuidadosamente ocultado. las chicos salvajes que lograban percatarse del engaño fueron ajusticiadas según el concepto de justicia instaurado por la adultocracia. esto es: fueron silenciadxs i en muchas ocasiones se les dio caza, tortura i muerte.

pensamos que nunca saldríamos de la triste condición de chicas sentenciados a la adultez.



***
ha llegao la ONSA a buscaros, chicas perdidos. desde hoy huiremos de la personificación categorizadora de BABILON. desde hoy haremos tribu carnaval amor i caos.

ahí, dentro, más allá de las entrañas i los límites, hay algo vivo que nos llama, algo que es más fuerte que la ideología i la domesticación. hay un deseo que muerde, que grita una felicidad ilimitada e incorregible.

llegaremos a Nuncajamás, a Croatán, a Poliedra.
allí seremos nuevamente libres i salvajes,
i la vida nos sonreirá con su cara de loca,
i la existencia será bella como la abundancia misma acariciándose las piernas.


la adultocracia caerá
i nada podrá detener la carcajada ingobernable
de los Niñas Perdidos

Espantos de agosto - Gabriel García Márquez

Llegamos a Arezzo un poco antes del medio día, y perdimos más de dos horas buscando el castillo renacentista que el escritor venezolano Miguel Otero Silva había comprado en aquel recodo idílico de la campiña toscana. Era un domingo de principios de agosto, ardiente y bullicioso, y no era fácil encontrar a alguien que supiera algo en las calles abarrotadas de turistas. Al cabo de muchas tentativas inútiles volvimos al automóvil, abandonamos la ciudad por un sendero de cipreses sin indicaciones viales, y una vieja pastora de gansos nos indicó con precisión dónde estaba el castillo. Antes de despedirse nos preguntó si pensábamos dormir allí, y le contestamos, como lo teníamos previsto, que sólo íbamos a almorzar. 

 -Menos mal -dijo ella- porque en esa casa espantan. 

 Mi esposa y yo, que no creemos en aparecidos del medio día, nos burlamos de su credulidad. Pero nuestros dos hijos, de nueve y siete años, se pusieron dichosos con la idea de conocer un fantasma de cuerpo presente. 

 Miguel Otero Silva, que además de buen escritor era un anfitrión espléndido y un comedor refinado, nos esperaba con un almuerzo de nunca olvidar. Como se nos había hecho tarde no tuvimos tiempo de conocer el interior del castillo antes de sentarnos a la mesa, pero su aspecto desde fuera no tenía nada de pavoroso, y cualquier inquietud se disipaba con la visión completa de la ciudad desde la terraza florida donde estábamos almorzando. Era difícil creer que en aquella colina de casas encaramadas, donde apenas cabían noventa mil personas, hubieran nacido tantos hombres de genio perdurable. Sin embargo, Miguel Otero Silva nos dijo con su humor caribe que ninguno de tantos era el más insigne de Arezzo.

-El más grande -sentenció- fue Ludovico. 

 Así, sin apellidos: Ludovico, el gran señor de las artes y de la guerra, que había construido aquel castillo de su desgracia, y de quien Miguel nos habló durante todo el almuerzo. Nos habló de su poder inmenso, de su amor contrariado y de su muerte espantosa. Nos contó cómo fue que en un instante de locura del corazón había apuñalado a su dama en el lecho donde acababan de amarse, y luego azuzó contra sí mismo a sus feroces perros de guerra que lo despedazaron a dentelladas. Nos aseguró, muy en serio, que a partir de la media noche el espectro de Ludovico deambulaba por la casa en tinieblas tratando de conseguir el sosiego en su purgatorio de amor. 

El castillo, en realidad, era inmenso y sombrío. Pero a pleno día, con el estómago lleno y el corazón contento, el relato de Miguel no podía parecer sino una broma como tantas otras suyas para entretener a sus invitados. Los ochenta y dos cuartos que recorrimos sin asombro después de la siesta, habían padecido toda clase de mudanzas de sus dueños sucesivos. Miguel había restaurado por completo la planta baja y se había hecho construir un dormitorio moderno con suelos de mármol e instalaciones para sauna y cultura física, y la terraza de flores intensas donde habíamos almorzado. La segunda planta, que había sido la más usada en el curso de los siglos, era una sucesión de cuartos sin ningún carácter, con muebles de diferentes épocas abandonados a su suerte. Pero en la última se conservaba una habitación intacta por donde el tiempo se había olvidado de pasar. Era el dormitorio de Ludovico. 

Fue un instante mágico. Allí estaba la cama de cortinas bordadas con hilos de oro, y el sobrecama de prodigios de pasamanería todavía acartonado por la sangre seca de la amante sacrificada. Estaba la chimenea con las cenizas heladas y el último leño convertido en piedra, el armario con sus armas bien cebadas, y el retrato al óleo del caballero pensativo en un marco de oro, pintado por alguno de los maestros florentinos que no tuvieron la fortuna de sobrevivir a su tiempo. Sin embargo, lo que más me impresionó fue el olor de fresas recientes que permanecía estancado sin explicación posible en el ámbito del dormitorio. 

Los días del verano son largos y parsimoniosos en la Toscana, y el horizonte se mantiene en su sitio hasta las nueve de la noche. Cuando terminamos de conocer el castillo eran más de las cinco, pero Miguel insistió en llevarnos a ver los frescos de Piero della Francesca en la Iglesia de San Francisco, luego nos tomamos un café bien conversado bajo las pérgolas de la plaza, y cuando regresamos para recoger las maletas encontramos la cena servida. De modo que nos quedamos a cenar. 

Mientras lo hacíamos, bajo un cielo malva con una sola estrella, los niños prendieron unas antorchas en la cocina, y se fueron a explorar las tinieblas en los pisos altos. Desde la mesa oíamos sus galopes de caballos cerreros por las escaleras, los lamentos de las puertas, los gritos felices llamando a Ludovico en los cuartos tenebrosos. Fue a ellos a quienes se les ocurrió la mala idea de quedarnos a dormir. Miguel Otero Silva los apoyó encantado, y nosotros no tuvimos el valor civil de decirles que no. 

Al contrario de lo que yo temía, dormimos muy bien, mi esposa y yo en un dormitorio de la planta baja y mis hijos en el cuarto contiguo. Ambos habían sido modernizados y no tenían nada de tenebrosos. Mientras trataba de conseguir el sueño conté los doce toques insomnes del reloj de péndulo de la sala, y me acordé de la advertencia pavorosa de la pastora de gansos. Pero estábamos tan cansados que nos dormimos muy pronto, en un sueño denso y continuo, y desperté después de las siete con un sol espléndido entre las enredaderas de la ventana. A mi lado, mi esposa navegaba en el mar apacible de los inocentes. "Qué tontería -me dije-, que alguien siga creyendo en fantasmas por estos tiempos". Sólo entonces me estremeció el olor de fresas recién cortadas, y vi la chimenea con las cenizas frías y el último leño convertido en piedra, y el retrato del caballero triste que nos miraba desde tres siglos antes en el marco de oro. Pues no estábamos en la alcoba de la planta baja donde nos habíamos acostado la noche anterior, sino en el dormitorio de Ludovico, bajo la cornisa y las cortinas polvorientas y las sábanas empapadas de sangre todavía caliente de su cama maldita.

Invitación a Niñxs Revoltosxs



Esperamos reunir cuentos, poemas, dibujos, fábulas, historietas, o cualquier material orientado a desarrollar relaciones amigables en los compitas más pequeñxs, alejándolos de la competencia y belicosidad con que hoy los invaden los video juegos, la televisión y los juguetes sexistas. 
Es también una ocasión para poner a prueba nuestra imaginación; revivir la ingenuidad o dar rienda suelta a través del lápiz a algunos de nuestros sueños de infancia. Es por ello que apoyamos todo tipo de instancias orientadas a desarrollar juegos, actividades, talleres para quienes comienzan a descubrir el mundo con todos sus sentidos, ayudándolos a volar con sus propias alas.
La recepción de aportes será hasta el 15 de octubre, a través del correo edicionesvoragine@gmail.com, el cual también está abierto para sugerencias, ideas, u otras iniciativas. La idea es armar una publicación didáctica y divertida colaborandonos entre todxs.

¡por las alegres travesuras de lxs más pequeñxs!