Me has dicho: no te quiero.
Yo he sentido una gran alegría.
Y una gran pena.
Alegría, porque me siento así mas solo y más libre que nunca.
Y pena, porque mi corazón, dulce siervo, siempre sentirá
la nostalgia de una dorada esclavitud.
Y por esto, yo no sé si sonreír o llorar ahora.
Tu cariño me hizo amar durante algún tiempo la vida,
los bosques profundos, el cielo, el mar.
Y ahora, solo, mi antiguo amor por la muerte renace.
Yo debería agradecer tu palabra de liberación.
Pero mi espíritu tiembla ante la voz de su vieja soledad.
Y estoy con los ojos cerrados, en la actitud de un ciego
que escucha.
Y pensar que todo habría sido suave y fácil.
Una palabra habría bastado.
Y nos hubiéramos unido largamente.
Pero tal vez nuestra continuada compañía me habría
hecho aborrecer mi libertad.
Y entonces habría llorado largamente.
Porque es lo que más quiero después de ti y antes de la muerte.
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