Asco dadaista



Toda forma de asco suceptible de convertirse en negacion de la familia es Dada; la protesta a puñetazos de todo el ser entregado a una accion destructiva es Dada; el conocimiento de todos los medios hasta hoy rechazados por el pudor sexual, por el compromiso demasiado comodo y por la cortesia es Dada; la abolicion de la logica, la danza de los impotentes de la creacion es Dada; la abolicion de la logica, la danza de los impotentes de la creacion es Dada; la abolicion de toda jerarquia y de toda ecuacion social de valores establecida entre los siervos que se hallan entre nosotros los siervos es Dada; todo objeto, todos los objetos, los sentimientos y las oscuridades, las apariciones y el choque preciso de las lineas paralelas son medios de lucha Dada; abolicion de la memoria: Dada; abolicion del futuro: Dada; confianza indiscutible en todo dios producto inmediato de la espontaneidad: Dada; salto elegante y sin prejuicios de una armonia a otra esfera; trayectoria de una palabra lanzada como un disco, grito sonoro; respeto 
de todas las individualidades en la momentanea locura de cada uno de sus sentimientos, serios o temerosos, timidos o ardientes, vigorosos, decididos, entusiastas; despojar la propia iglesia de todo accesorio inutil y pesado; escupir como una cascada luminosa el pensamiento descortes o amoroso, o bien, complaciendose en ello, mimarlo con la misma identidad, lo que es lo mismo, en un matorral puro de insectos para una noble sangre, dorado por los cuerpos de los arcangeles y por su alma. Libertad: DADA, DADA, DADA, aullido de colores encrespados, encuentro de todos los contrarios y de todas las contradicciones, de todo motivo grotesco, de toda incoherencia: LA VIDA. 

El ladrón - Armando Triviño

De prisa, limpiándose con un albo pañuelo el rostro rojo y amoratado, avanzaba llevando su luminoso vientre a la delantera de sus pies. Llegó a la puerta del retén y con la voz entrecortada por el cansancio llamó... sargento... ¿Tiene ensillado? monte y vamos... vamos; ya encontrará un bandido, un pícaro, un ladrón que me roba el cáñamo. Lleve una buena penca. Ya me la pagará este bandido, ladrón, sinvergüenza.
A paso rápido entre resoplidos y juramentos vengadores estuvimos ambos en la puerta del establecimiento. 
Las trasmisiones volaban palmoteando las poleas invisibles, el motor en un extremo retemblaba esparciendo fuerza y manando por la chimenea un penacho escuálido de humo gris. Una picadora desmenuzaba con su acelerada dentadura los verdes tallos de alfalfa que en su insaciable boca se le introducía.
No lejos las tascadoras trituraban las matas de cáñamo con su sonoro cascabeleo despojando a las blancas fibras de sus cortezas. Allí los músculos potentes de los peones las sacudían y las envolvían retorciéndolas como el rizo de una hermosa y abundante caballera.
Al fondo del extenso patio se aperchaban los sedosos rollos del cáñamo, listos para ser hilados; no lejos se alzaba un gran montón de tosco, donde una cantidad de niños harapientos llevaban sacos para encender lumbre en sus desmantelados y fríos ranchos.
Dos de ellos estaban acompañados de su padre. Un hombre enjuto y de elevada estatura que calzaba unas sonoras ojotas y llevaba al hombro un poncho deshilachado. El hombre salía ya con sus hijos llevándose sendos sacos del residuo de la tascadura del cáñamo, cuando desde la puerta el sargento, un viejo de mirada inquisidora y brutal, le salió al encuentro ordenándolo a dar vuelta el saco.
El interpelado obedeció tercamente, los chicos temblaban.
Con mirada desafiante ambos miraron el montón de simétricas partículas de tasco, donde también iban unos cadejos de hebras de cañamo.
Bandudo -rugió el amo con los ojos que pugnaban salir de las orbitas.
¿Quién te ha dado esto?
Sin esperar respuesta le descargó una brutal bofetada en el rostro.
Amárrelo sargento... Lo pasa por ladrón al juzgado del pueblo, que lo mando yo.
El sargento obedeció amarrándolo fuertemente.
Mientras se le maniataba habló el reo con la voz desolada por la angustia.
¡Lo que son las cosas de este mundo! Quien pensaría; yo labré y compuse la tierra, sembré la semilla, lo he regado, lo arranqué y lo puse a podrir, y hoy me ocupaba en tascarlo y no soy dueño de unas hilachas que los niños han puesto en el saco. No soy dueño de una hebra de lo que he producido con mi trabajo de un año que pasamos a ración de hambre yo, mi mujer y mis hijos. Hoy se me acusa de ladrón y se me ajusticia por lo que he producido, por lo más mio que tengo.
Así le dices al juez mañana... fue la respuesta a aquellas angustiosas y razonadas frases que contestó el patrón mientras sonreía sobándose el panzudo vientre.
Maniatado de pies y manos fue montado en el anca de un jamelgo que partió en busca del pueblo.
El patrón gozoso, lleno de victoriosa satisfacción al ver saciada la sed de sus avarientas venganzas, sonreía, y lo siguió con la vista hasta que se perdió en un recodo del curvo y terroso camino.
Armando Triviño, Periódico La Batalla, noviembre 1914.



Hombre del Loa - Manuel Rojas/A. Parra


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(narrado)

El río Loa, único río de desierto que tiene chile  -se llaman así porque desaparecen antes de llegar al mar- nace en la cordillera andina de la provincia de Antofagasta, a los pies del volcán Miño y corre hacia el sur ciento sesenta y cinco kilómetros; entre Chiu Chiu y Calama dobla hacia el oeste y recorre noventa kilómetros más, hasta San Salvador, en donde obligado por el terreno vuelve hacia el norte y recorre otros ciento sesenta y cinco kilómetros hasta desaparecer en el desierto, ya muy cerca del mar.
En su viaje de más de trescientos kilómetros sus aguas alimentan a la industria minera y a la agricultura, a chuchicamata, a las salitreras y a los oasis. Es un río generoso, pero no llega a su destino, al destino de todos los ríos: el mar. Muere en el desierto.
En su recorrido lo acompaña el hombre del norte, el trabajador de las minas, de las salitreras y del cobre, hombre sin destino también, hombre sin éxito, hombre de desarrollo mutilado, hombre que como el río ha producido enormes riquezas, pero que como el río muere en medio del desierto cultural y económico con que lo ha rodeado y sigue rodeando la sociedad en que vive.


(cantado)
Reseco al sol,
reseco al viento,
delgado como tu patria,
callado como el desierto.

Desde El Niño hasta Calama,
por Chiu Chiu y Quillagua
tus pasos siguen el río
y sus solitarias aguas.

Azufre, salitre y yodo,
cobre, manganeso y plata
sacaron tus duras manos
de los cerros y la pampa.

Hombre del Loa, hombre del Loa,
ojos tristes, barba dura,
dedos de sal y de pólvora.

Otro se llevó el dinero
que produjo esa riqueza.
Tú quedaste con tu río,
tu soledad y tu pobreza.

Letra: Manuel Rojas
Música: Ángel Parra

Prometeo - F. Kafka


Hay cuatro leyendas referidas a Prometeo.
Según la primera, fue encadenado al Cáucaso por haber revelado a los hombres los secretos divinos, y los dioses mandaron águilas para devorar su hígado, que se renovaba eternamente.
Según la segunda, Prometeo, espoleado por el dolor de los picos desgarradores, se fue hundiendo en la roca hasta hacerse uno con ella.
Según la tercera, la traición fue olvidada en el curso de los siglos. Los dioses la olvidaron, las águilas la olvidaron, él mismo la olvidó.
Según la cuarta, se cansaron de esa historia insensata. Se cansaron los dioses, se cansaron las águilas, la herida se cerró de cansancio.
Quedó el inexplicable peñasco.
La leyenda quiere explicar lo que no tiene explicación.
Como nacida de una verdad, tiene que volver a lo inexplicable.