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(narrado)
El río Loa, único río de desierto que tiene chile -se llaman así porque desaparecen antes de llegar al mar- nace en la cordillera andina de la provincia de Antofagasta, a los pies del volcán Miño y corre hacia el sur ciento sesenta y cinco kilómetros; entre Chiu Chiu y Calama dobla hacia el oeste y recorre noventa kilómetros más, hasta San Salvador, en donde obligado por el terreno vuelve hacia el norte y recorre otros ciento sesenta y cinco kilómetros hasta desaparecer en el desierto, ya muy cerca del mar.
En su viaje de más de trescientos kilómetros sus aguas alimentan a la industria minera y a la agricultura, a chuchicamata, a las salitreras y a los oasis. Es un río generoso, pero no llega a su destino, al destino de todos los ríos: el mar. Muere en el desierto.
En su recorrido lo acompaña el hombre del norte, el trabajador de las minas, de las salitreras y del cobre, hombre sin destino también, hombre sin éxito, hombre de desarrollo mutilado, hombre que como el río ha producido enormes riquezas, pero que como el río muere en medio del desierto cultural y económico con que lo ha rodeado y sigue rodeando la sociedad en que vive.
(cantado)
Reseco al sol,
reseco al viento,
delgado como tu patria,
callado como el desierto.
Desde El Niño hasta Calama,
por Chiu Chiu y Quillagua
tus pasos siguen el río
y sus solitarias aguas.
Azufre, salitre y yodo,
cobre, manganeso y plata
sacaron tus duras manos
de los cerros y la pampa.
Hombre del Loa, hombre del Loa,
ojos tristes, barba dura,
dedos de sal y de pólvora.
Otro se llevó el dinero
que produjo esa riqueza.
Tú quedaste con tu río,
tu soledad y tu pobreza.
Letra: Manuel Rojas
Música: Ángel Parra
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