Colores


Eran blancas las plumas de los pájaros y blanca la piel de los animales.

Azules son, ahora, los que se bañaron en un lago donde no desembocaba a ningún río, ni ningún río nacía.

Rojos, los que se sumergieron en el lago de la sangre derramada por un niño de la tribu Kadiueu. Tienen el color de la tierra los que se revolcaron en el barro, y el de la ceniza los que buscaron calor en los fogones apagados. Verdes son los que frotaron sus cuerpos en el follaje y blancos los que se quedaron quietos.
Eduardo Galeano

¿Es esto lo que ustedes llaman "vivir"?


Levantarse con la aurora. A buen paso, o aprovechando algún medio de locomoción rápido, ir al trabajo. Es decir, recluirse en un local más o menos espacioso, más o menos privado de aire. Sentado delante de una máquina, teclear sin descanso para transcribir cartas de las que no se compilaría ni la mitad si fueran escritas a mano. O fabricar, accionando algún instrumento mecánico, objetos siempre iguales. O no alejarse nunca de un motor para vigilar su funcionamiento. O, en fin, mecánica y automáticamente, recto frente a un telar, repetir continuamente los mismos gestos, los mismos movimientos. Y esto por horas y horas, sin variar, sin distraerse, sin cambiar de atmósfera ¡Todos los días! 
¿Es esto lo que ustedes llaman “vivir”? 

¡Producir! ¡Producir más! ¡Producir siempre! Como ayer, como antes de ayer. Como mañana, si no nos sorprende la enfermedad o la muerte ¿Producir? Cosas que parecen inútiles, pero de las que no es lícito discutir la superficialidad. Objetos complicados de los que no se tiene sino una parte en la mano, y quizá una parte ínfima. Objetos de los cuales se ignora el conjunto de las fases que atraviesa su fabricación ¿Producir? Sin conocer el destino del propio producto. Sin poder negarse a producir para quien no nos agrada, sin poder dar prueba de la más pequeña iniciativa individual. Producir: ahora, rápido. Ser un instrumento de producción que se estimula, se aguijonea, se sobrecarga, que se extenúa hasta el completo agotamiento . 
¿Eso es lo que ustedes llaman “vivir”? 

Partir de mañana a la caza de una jugosa clientela. Perseguir, engatusar al “buen cliente”. Saltar al auto, del auto al colectivo, del colectivo al tren. Rendir cincuenta visitas por jornada. Desangrarse para sobrevaluar la propia mercancía y devaluar la ajena. Volver tarde, sobreexcitado, harto, inquieto, hacer infelices a los que nos rodean, estar privado de toda vida interior, de todo arranque hacia una mejor humanidad. 
¿Y es eso lo que ustedes llaman “vivir”? 

Secarse entre las cuatro paredes de una celda. Sentir lo desconocido de un futuro que nos separa de los nuestros, los que sentimos nuestros al menos, por afecto o por haber compartido riesgos juntos. Tener, si se está condenado, la sensación de que nuestra propia vida huye, que no hay nada más que podamos hacer para determinarla. Y esto por meses, años enteros. No poder luchar más. No ser más que un número, un juguete, un harapo, una cosa matriculada, vigilada, espiada, explotada. Todo en medida mucho mayor a la pena fijada en relación al delito. 
¿Y es eso lo que ustedes llaman “vivir”? 

Vestir un uniforme. Por uno, dos, tres años, repetir incesantemente el acto de matar hombres. En la exuberancia de la juventud, en plena explosión de virilidad, recluirse en inmensos edificios donde se entra y se sale a horas fijas. Consumir, pasear, despertarse, dormir, hacer todo y nada a horas establecidas. Y todo eso para aprender a manejar instrumentos capaces de quitar la vida a individuos desconocidos. Para prepararse a caer muerto un día por un proyectil que viene de lejos, disparado por alguien también desconocido. Entrenarse para morir, o producir la muerte. Ser instrumento, autómata en las manos de privilegiados, poderosos, monopolistas, acaparadores porque no se es privilegiado, ni poderoso ni dueño de hombres. 
¿Es eso lo que ustedes llaman “vivir”? 

No poder aprender, ni amar, ni estar en soledad, ni derrochar el tiempo a gusto propio. Tener que estar encerrado cuando el sol brilla y las flores emborrachan el aire con sus efluvios. No poder ir hacia el trópico cuando la nieve golpea las ventanas, o hacia el norte cuando el calor se hace tórrido y la hierba se reseca en los campos. Encontrar delante de sí, siempre y donde sea, leyes, fronteras, morales, convenciones, reglas, jueces, oficinas, cárceles, hombres en uniforme que mantienen y protegen un orden de cosas mortificante. 
¿Y es eso lo que ustedes llaman “vivir”? ¿Ustedes, enamorados de la “vida intensa”, aduladores del “progreso”, todos ustedes, los que empujan las ruedas del carro de la “civilización”? Yo llamo a eso vegetar. Lo llamo morir. 

Emile Armand

Poemas en la mañana

IV

Vengo de los cerros.
Subí con las primeras luces del alba
y desciendo en el medio día,
abandonando el cuerpo al movimiento del descenso
y el espíritu suelto siguiendo su ritmo propio.
no me importa la hora que es.
Silbo y canto canciones que no he oído nunca
y que brotan de mí sin esfuerzo alguno.
La ciudad a lo lejos apretujada bajo el sol.
Chimeneas distantes, sus ponchos negros en el viento ondean.

Cantos de pájaros y agua que corre entre raíces reptantes.
Ese camino va perezosamente hacia el bosque.
El cielo está azul
y los espinos puntiagudos llenos de nidos redondos.
Las acequias me invitan a detenerme: desnúdese...
Continúo silbando y gozando mi libertad casi física.
Ímpetus de gritar, de correr como un caballo hacia el horizonte.
Pasan motores fatigados y hombres que los manejan.
Hombres que han perdido el sentido profundo de la tierra.
Yo marcho más ligero caminando a través de mí mismo
por encima de los rastrojos amarillos.

Manuel Rojas, Tonada del transeúnte, 1927.

A veces pienso quién

A veces pienso quién, quién estará viviendo ronco mi
              juventud
con sus mismas espinas, liviano y vagabundo,
nadando en el oleaje de las calles horribles, sin un cobre,
remoto, y más flexible: con tres noches radiantes en las sienes
y el olor de la hermosa todavía en el tacto. 
             
Dónde andará, qué tablas le tocará dormir a su coraje,
qué sopa devorar, cuál será su secreto
para tener veinte años y cortar en sus llamas las páginas
           violenta.
Porque el endemoniado repetirá también el mismo error
y de él aprenderá, si se cumple en su mano la escritura.

Gonzalo Rojas