Poemas en la mañana

IV

Vengo de los cerros.
Subí con las primeras luces del alba
y desciendo en el medio día,
abandonando el cuerpo al movimiento del descenso
y el espíritu suelto siguiendo su ritmo propio.
no me importa la hora que es.
Silbo y canto canciones que no he oído nunca
y que brotan de mí sin esfuerzo alguno.
La ciudad a lo lejos apretujada bajo el sol.
Chimeneas distantes, sus ponchos negros en el viento ondean.

Cantos de pájaros y agua que corre entre raíces reptantes.
Ese camino va perezosamente hacia el bosque.
El cielo está azul
y los espinos puntiagudos llenos de nidos redondos.
Las acequias me invitan a detenerme: desnúdese...
Continúo silbando y gozando mi libertad casi física.
Ímpetus de gritar, de correr como un caballo hacia el horizonte.
Pasan motores fatigados y hombres que los manejan.
Hombres que han perdido el sentido profundo de la tierra.
Yo marcho más ligero caminando a través de mí mismo
por encima de los rastrojos amarillos.

Manuel Rojas, Tonada del transeúnte, 1927.

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