El Suburbio (Adaptación) – L. Armando Triviño

Publicado originalmente en  el folleto Arengas, 1923. Editorial Lux.

   Las riberas del río, las orillas de la ciudad, el arrabal, el prostíbulo de tercera, la cocinería, el cambalache, el basural, la agencia, el albergue, la cantina, el garito, la ropería, el conventillo, el templo pentecostal, el coche de tercera en el ferrocarril, la imperial en el tranvía, la cubierta de tercera en el vapor, las cuadras en el cuartel, en la cárcel y comisarías, los calabozos, la sala común en el hospital, el torno en la casa de huérfanos, la secretaría en el juzgado, la sala de espera en el dispensario.
    En el campo el rancho del inquilino, el galpón de los peones en el fundo, la barra y el cepo en el cuartel de carabineros o policía campesina.
   Todo eso donde la estrechez y la miseria se abrazan, en la ciudad y el campo, con frío delirante en invierno, con calor sofocante en verano, todo eso, opaco, color gris, sucio, grasiento, haraposo, falto de aire, de confort, de luz, en donde pululan multitud de bichos, en las que cabalgan fecundándose las hordas microbianas de la tuberculosis, de la sífilis, del tifus, de la peste, etc.
    Todo eso donde la luz y el oxígeno van a lo lejos y de malas ganas, donde los beneficios de la industria, los resplandores del arte y de la ciencia no llegan en su potencialidad bondadosa, allí es donde el progreso vuelve las espaldas y hace morisquetas.
   ¡Allí está el suburbio! El peón, el inquilino, el krumiro, el pesquisa, el conscripto, el paco, el pentecostal, el ratero, la palomilla, la prostituta, el mendigo, el trapero son hijos del suburbio, son los vástagos miserables de una organización social patas arriba, que se desespera y se consume a puñaladas y a mordiscos en los sombríos y sucios arrabales.
   ¡El suburbio es un crimen; es una patada de milico en el vientre de la humanidad!
   ¡Hay que barrer, iluminar el suburbio con una llamarada de luz y de fuego!
   El que sufre no debe callar, el que calla otorga. Hay que protestar y accionar. Para esto hay que abrir frente a la comisaría, al cuartel, la fábrica, el garito y la iglesia “pentecostal” un Sindicato Obrero, un Centro de Estudios Sociales y en cada puerta del conventillo una proclama anarquista que fulmine dioses, patrias, amos y esclavos! ¡Hay que concluir esa barbarie, esa gusanera que va de la ribera del río a las orillas de la ciudad! ¡El suburbio!
Junio de 1922


Extraído del libro de Víctor Muñoz “Armando Triviño: Wobblie. Hobres, ideas y problemas del anarquismo en los años veinte. Vida y escritos de un criollo libertario”.  

La cosecha - Rodolfo González Pacheco

   Aún están verdes los trigos. Ni el rumor ni el resplandor, como de joyas revueltas, les maduró todavía. Eso va a lograrlo el sol, fino y paciente joyero. 
   Los maíces están igualmente verdes. Son mamones entre pañales de chalas. Cada grano de sus choclos es una gota de leche.
   El viento acuna las chacras en que dormitan, indigestados de jugos, los maíces y los trigos. El cuidado de sus días continua dependiendo de quienes depositaron la semilla generosa en el surco humeante. Humeante fertilidad de la tierra; humeante aliento del hombre: dos varas de humo, de las que siempre cinchó, como una yunta de bueyes, la esperanza del labriego.
   Y éste también está verde. Es un niño como trigo y su maíz. Renace todos los años para preguntar lo mismo: ¿Qué será de mis maizales?... ¿Qué será de mis trigales?....
   ¡Ah, tipo inefable y trágico! Pregunta lo que ya sabía su padre, y su abuelo, y el primero que sembró. Pero pregunta otra vez y hay, no más, que contestarle como el pregunta: trágica, inefablemente.
   ¡Serán pan! y pan para los bandidos de arriba abajo; desde el primer magistrado hasta el último milico. Hectáreas, miles de hectáreas, arramblados por los amos para abastecer sus mesas. Y otras miles todavía para nutrirles la entraña, roja y caliente, a las hembras de sus goces que así ondularán las ancas las lagartonas. Y lo que sobre, si sobra, lo echarán por sobre el mar al hambre de aquellos que ya no siembran, porque están entretenidos en degollarse o quemarse. Pan para todos -¡ay, sí!-, menos para quienes aran, engavillan, muelen el grano, hacen pan.
   Su destino ya está escrito. Leedlo en los diarios burgueses. Veréis qué bien distribuida está ya vuestra cosecha. 
   
Y aún están verdes los trigos y los maíces. Son niños aún, como vuestros niños; de cuyos también deberíais saber lo que van a ser, si no os rebeláis vosotros. Si no maduráis la vida.

Carteles Tomo I, Americalee, 1956.