Con música en la plaza y niñas de perfil, Lebu
es la costa de este domingo, con lo amargo
de todos los domingos, la ventolera
que lo turba todo, a la salida de la misa,
y tú, arrogante del verano, pura esmeralda
de la capital, Nena
que no me oyes, llamarada
morena con tu esbeltez
salobre, entre española y alemana,
con un ojo verde y el otro azul, turgente la turgencia
del encanto, pura escultura,
correcta la nariz, pintada la lujuria de la boca
grande, con tus piernas de bailarina, pura perdición
en el carrusel, puro peligro peligroso.
Porque no te lo digo, porque nunca te lo diré
por mucho que hablemos o callemos, mi sigilosa, por mucho,
ligerísima, que corramos semidesnudos en la arena
del desafio, a ver
quien nada más lejos
por el Golfo, salto mortal, quién vuela más libre
desde lo áspero de las rocas más altas
al abismo de Bocalebu, justo
donde el río ronco raja la mar, la estremece
hasta el fondo de su latido; ni así voy a decírtelo.
Preferible quedarme aquí mirando abiertamente el arco
chillante de las altísimas
gaviotas, desde la punta de este páramo
cortado a pico por la espuma; que otros se harten
de lo airoso de esa turbulencia: lo sol,
lo mar, lo lágrima que hay en ti: que otro, que alguno
te bese por dentro, que sea
lo que ha de ser;
cerremos, cerrazón,
estos días de viento grande con orgullo; Lebu
es un río-cuchillo que corta para abrir
lo arcano.
Gonzalo Rojas, Lebu 1936
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