Los tejedores de redes - A. Sabella
Este es el rudo mar del norte, el que acaricia
la soledad de sus desiertos.
Los tejedores de redes están junto a él, las
piernas como rieles perdidos en la arena.
Sus manos llevan un ruido seco, de madera presurosa.
Las redes tiemblan lo mismo que una marea siniestra,
detenida, ahí, para el ojo del cielo.
Dialogan los hombres y sus redes.
El golpe de las agujas impide oír lo que se dicen:
¡quién pudiera escuchar!
¡Ellas se saben, de memoria, el mar!
Traten de despertar
Traten de despertar
y acompáñennos
campanas que han olvidado su sed de espacio,
arco iris en dónde quería vivir una niña,
tardes que pasábamos en el tejado de zinc
leyendo a Salgari y a Julio Verne,
tardes como las sandías que poníamos a enfriar en el río,
como los pies desnudos de los niños que caminaban por los rieles del desvío del aserradero,
como el beso de la muchacha en la penumbra de la bodega triguera.
Acompáñennos,
rechinar de las mariposas de hierro,
veletas quejumbrosas,
cielo de la hora de la novena
tan cercano que pronunciar un nombre podría romperlo,
cielo en donde se hundían las palomas cansadas de la iglesia.
Acompáñennos
a nosotros que hemos visto el sol
transformarse en un girasol negro.
A nosotros que hemos sido convertidos
en hermanos de las máscaras muertas
y de las lámparas que nada iluminan
y sólo congregan sombras.
A nosotros
los desterrados en un lugar en donde nadie conoce el nombre de los árboles,
donde vemos todo próximo amor
como una próxima derrota,
toda mañana como una carta que nunca abriremos.
Acompáñennos,
porque aunque los días de la ciudad
sean espejos que sólo pueden reflejar
nuestros rostros destruidos,
porque aunque confiamos nuestras palabras
a quienes decían amarnos
sin saber que sólo los niños y los gatos
podrían comprendernos,
sin saber que sólo los pájaros y los girasoles
no nos traicionarían nunca,
aún escuchamos el llamado de los rieles
que zumban en el medio día del verano en que abandonamos la aldea,
y en sueños nos reunimos para caminar
hacia el País de Nunca Jamás
por senderos retorcidos iluminados
sólo por las candelillas y los ojos encandilados de las liebres.
y acompáñennos
campanas que han olvidado su sed de espacio,
arco iris en dónde quería vivir una niña,
tardes que pasábamos en el tejado de zinc
leyendo a Salgari y a Julio Verne,
tardes como las sandías que poníamos a enfriar en el río,
como los pies desnudos de los niños que caminaban por los rieles del desvío del aserradero,
como el beso de la muchacha en la penumbra de la bodega triguera.
Acompáñennos,
rechinar de las mariposas de hierro,
veletas quejumbrosas,
cielo de la hora de la novena
tan cercano que pronunciar un nombre podría romperlo,
cielo en donde se hundían las palomas cansadas de la iglesia.
Acompáñennos
a nosotros que hemos visto el sol
transformarse en un girasol negro.
A nosotros que hemos sido convertidos
en hermanos de las máscaras muertas
y de las lámparas que nada iluminan
y sólo congregan sombras.
A nosotros
los desterrados en un lugar en donde nadie conoce el nombre de los árboles,
donde vemos todo próximo amor
como una próxima derrota,
toda mañana como una carta que nunca abriremos.
Acompáñennos,
porque aunque los días de la ciudad
sean espejos que sólo pueden reflejar
nuestros rostros destruidos,
porque aunque confiamos nuestras palabras
a quienes decían amarnos
sin saber que sólo los niños y los gatos
podrían comprendernos,
sin saber que sólo los pájaros y los girasoles
no nos traicionarían nunca,
aún escuchamos el llamado de los rieles
que zumban en el medio día del verano en que abandonamos la aldea,
y en sueños nos reunimos para caminar
hacia el País de Nunca Jamás
por senderos retorcidos iluminados
sólo por las candelillas y los ojos encandilados de las liebres.
Jorge Tellier - Poemas del país de nunca jamás. (1963)
El perro y el lobo
Un lobo flaco y hambriento, se encontró casualmente con un perro gordo y bien cuidado. Después de saludarse mutuamente preguntó el lobo al perro, cómo era que estaba tan gordo y lúcido, cuando él que era más fuerte y valiente se moría de hambre:
— Es, respondió el perro, que sirvo a un amo que me cuida mucho. Me trae pan sin pedirlo, mi señor desde su mesa me alarga los huesos, y la familia me arroja sus mendrugos, y así sin fatiga lleno la panza.
— Seguramente que eres muy feliz, le dijo el lobo, pues no recuerdo haber visto nunca un animal tan dichoso.
El perro viendo que el lobo apetecía su suerte, le respondió:
— Si quieres puedes lograr la misma fortuna sirviendo a mi amo como yo le sirvo.
— ¿En qué? –replicó el lobo.
— En ser guarda de la puerta –dijo el perro-, y defender la casa de los ladrones por la noche.
— Me convengo a ello, respondió el lobo, pues ahora ando expuesto a las nieves y lluvias, pasando una vida trabajosa en las selvas. ¿Cuánta más cuenta me tiene vivir a sombra de tejado, y hartarme de comida sin tener que hacer?
— Pues vente conmigo, dijo entonces el perro.
Pero mientras caminaban, reparó el lobo que el cuello del perro estaba pelado del roce de la cadena, y le dijo:
— ¿De qué es esto, amigo?, dime la verdad.
— No es nada, respondió el perro, como saben que soy travieso, me atan por el día para que descanse y vele cuando llegue la noche; pero me sueltan al anochecer, y ando entonces por donde se me antoja.
— Bien –dijo el lobo-, ¿pero si quieres salir de casa, te dan licencia?
— Eso no, respondió el perro.
— Pues si no eres libre, replicó el lobo, disfruta tú esos bienes, que tanto alabas, que yo no los quiero si he de sacrificar para ello mi libertad.
Esopo
Collage - Teófilo Cid
Los pájaros bordean el ocaso
con su sombra abrigan el paisaje.
Pájaros de leche,
pájaros de rientes mordeduras
que salen de la aurora como besos aplastados por la noche.
Ellos saben que la sombra
los protege, los defiende, los encierra
en huevo de esmeralda.
Incansables aletean
sobre el césped de virtud de las sonrisas
como júbilos filiales del hastío.
Pájaros de enigma en la piel
pájaros de labios como ojos
que desnudan a la sombra de su tedio.
Los seres son más lentos que el cabello
se espacian se aíslan en sus rocas
y hay dedos que el amor aún no ha tejido,
cuerpos que agravan al amar su libertad.
Mundo natal mundo de donde vienen
rincones infinitos a formar su horizonte,
vestidos como naipes en un sueño
de amor y libertad.
Todos los pájaros son sombras que vuelan
latidos de un mismo pulso
arrugas de una misma ondulación
Todos los pájaros son siempre las doce.
Sus alas espejos destilan
y donde hay una imagen los cuerpos ya no
duermen
los pájaros--espejos sorben la sed de los cuerpos
la sed que es un cielo avisado al desierto
Pero los hombres
tienen sed de pensar en las sombras
que vuelan.
con su sombra abrigan el paisaje.
Pájaros de leche,
pájaros de rientes mordeduras
que salen de la aurora como besos aplastados por la noche.
Ellos saben que la sombra
los protege, los defiende, los encierra
en huevo de esmeralda.
Incansables aletean
sobre el césped de virtud de las sonrisas
como júbilos filiales del hastío.
Pájaros de enigma en la piel
pájaros de labios como ojos
que desnudan a la sombra de su tedio.
Los seres son más lentos que el cabello
se espacian se aíslan en sus rocas
y hay dedos que el amor aún no ha tejido,
cuerpos que agravan al amar su libertad.
Mundo natal mundo de donde vienen
rincones infinitos a formar su horizonte,
vestidos como naipes en un sueño
de amor y libertad.
Todos los pájaros son sombras que vuelan
latidos de un mismo pulso
arrugas de una misma ondulación
Todos los pájaros son siempre las doce.
Sus alas espejos destilan
y donde hay una imagen los cuerpos ya no
duermen
los pájaros--espejos sorben la sed de los cuerpos
la sed que es un cielo avisado al desierto
Pero los hombres
tienen sed de pensar en las sombras
que vuelan.
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