Mientras el enemigo nos apedrea los jardines, destrozándonos a veces un
rosal, nosotros-sin tomar en cuenta las piedras que vienen del otro lado de la
tapia- solo nos ocupamos de contestar las pedradas de los amigos. Siempre hay
una mano que arroja la primera piedra e inicia la pedrea. Y no es porque sea
esa mano la verdaderamente digna de arrojar la primera, no; es que no sé que
oculto afán de estar siempre en desarmonía, no sé que deseo de perturbar
nuestra vida, tan perturbada de por sí, nos mueve a estar siempre
apedreándonos. Mientras tanto, más de una rosa cae bajo las piedras extrañas. Y
nosotros no lo tomamos en cuenta. Pero yo, que sé que las piedras enemigas
pegan más fuertes que las fraternas, yo que a la pedrea de un compañero,
contesto con una pedrea de rosas, os digo: hermanos, guardad nuestras piedras
para arrojarlas al otro lado de la tapia, no desperdicies nuestras fuerzas
apedreándonos mutuamente. Cuidemos nuestro sembrado de las piedras estrañas y
guardemos as piedras que nos arrojamos para hacer más alta la tapia de nuestros
jardines. Y veréis que cada día serán menos los rosales tronchados y menos
nuestras ansias de apedrearnos.
Manuel Rojas.
Periódico La Batalla, junio 1915.