Callejón sin salida - M. S. Papasquiaro


Callejón sin salida / ayúdanos
a ensanchar nuestros sentidos
Tú tan ninguneado
cueva / desierto / metrópoli filosa
árida ranchería / témpano cortante
puente dilatado por 1 gas
que de repente pulveriza
los inencontrables tréboles de 4 hojas
que oxigenan alimentan prestan sus alas
a tus pulmones heridos / a las pezuñas de canguro
con que avanzan tus orillas
Callejón sin salida
tablita pirata
salto de tigre
transpiración entre la niebla
LSD escurridizo
rostro en el que vemos beber
chupar su fuerza
a las especies más nómadas
de nuestros árboles de fuego
Callejón sin salida
voz de los inquietos
canción de los difíciles
biombo de cerezos
que escogen para sus muecas los travestis
Inyección de bastas
papiro con signos
al que sólo los imbéciles
son capaces de no entregar su vista
Cuna de motines
incubadora de orgasmos
hamaca carnívora
en la que medito los jugos de jazz
con los que saldré más fresco
más brillante / de mis próximos incendios
Aparentemente tú has decidido darnos la espalda
acordonarnos los músculos del cuello
triturarnos los fusibles
jugar con nosotros al festín de los fantasmas
Pero lo cierto en este crucigrama
de barricadas temblonas
camas destendidas
citas inciertas
con lo desconocido intrauterino
Pero lo cierto en este crucigrama
es que la lengua del poeta te visita
el sudor del guerrillero penetra en ti / hasta los ojos
los fetos electrizados del deseo aún insatisfecho
bailan en tus vértebras
forjan sus flautines
prenden sus inciensos en tu pelvis
Mientras tú les sonríes les conversas
les regalas gasolina / soma vibrátil
dentaduras trepadoras que arrancas de ti mismo
& ya puedes considerarte
socio : complice : infrarrealista hermanito nuestro
Crucemos cojos / desgreñados o cantando
los gises polvorientos de esta raya
Callejón sin salida
autostop que me doy a mi mismo
Tu muslo izquierdo: enfermedad
tu muslo derecho: medicina
A la hora en que cierran sus taquillas
los centros nocturnos & los circos
En el momento en que se desmaya la venta de aspirinas
consoladores hexámetros famosos
es que tú apareces
en vías de tatuarnos bajo la piel
el rasguño primero de nuestro más obsesivo autorretrato
& ya hasta te silbamos entre sueños
& preferimos salir contigo & con cero pasaportes
a estas calles / bulevares de moho
pasadizos lechosos / vías directas a la hemorragia ámbar
Callejón sin salida
dinos con 1 ojo
rehileteando 1 pestaña
hacia dónde disparar
suave / febrilmente 
nuestra última mirada-picahielo
nuestros últimos cartuchos
remolinos de clara vida & fresco semen
Para la normalidad estamos muertos
para la logística militar no existimos
para las gélidas aguas del cálculo bursátil
nuestras escamas / nuestras hélices
son encías fantasmagóricas
coágulos irresistibles de 1 resplandor
que nos pretenden negar a escopetazos
Pero tú bien sabes
que muy muy dentro de ti
acariciamos probamos tu bocado
rajamos para siempre
las alfombras sin luz propia del horóscopo
Callejón sin salida
callejón de muervida
socio : cómplica : infrarrealista hermanito nuestro.

Aullido de Cisne, 1996

La justicia en China - Florencio Sánchez

En Cuentos Anarquistas de América Latina. Pequeña Antología. Editorial Eleuterio.

Los magistrados del Poder Judicial, son muy severos en la China, lo mismo que en todos los países civilizados.
En Pekín había un juez llamado Tío Kin, que era un modelo en el ejercicio de su ministerio.
Sabía de memoria todos los Códigos del Celeste Imperio, y recitaba todos los artículos de la ley con una precisión admirable.
Me parece que los veo, sentado en su tribunal, con su fisonomía rechoncha, los ojos diminutos, a la moda del país; la cabeza afeitada y la coleta tiesa como un rabo de zorro.
Varios personajes rodeaban el estrado, y le ayudaban en la administración de la justicia.
Sus fallos eran inapelables.
Cuando pronunciaba sentencia, el secretario abría un gran libro amarillo, en el que estaban ya redactadas, para mucho tiempo, las fórmulas de ley, y no había más que llenar los blancos, así como se llenan las matrículas de los peores conciertos en nuestras Comisarías de Policía.

Cierto día compareció ante el juez un pobre chino, a quien se acusaba de haberse robado y comido un huevo.
El magistrado se revistió de la mayor gravedad, y le interrogo así:
- ¿Cómo te llamas?
- Kin Fo
- ¿Por qué te comiste ese huevo?
- Porque tenía hambre.
- Pues bien: la ley es muy clara a este respecto. Escucha tu sentencia: "Todo el que robare alguna cosa, por pequeña e insignificante que sea, será castigado con la pena de muerte", Artículo 3, del Código Verde. Te condeno a la horca administrando justicia, etc. 

El secretario abrió el libro amarillo y lleno cuatro vacíos con estas palabras: Kin-Fo-Huevo-Horca.
El reo dio un golpe sobre la mesa, para llamar la atención del juez, y le mostró una pluma de pavo.
Era la insignia de los mandarines. El reo era, pues, un Mandarín, y esto no lo había advertido a tiempo el magistrado.

El doctor Tío Kín, se rascó la cabeza, como hombre que no sabe qué hacer, y al final dijo:
-Estas leyes del Celeste Imperio son tan intrincadas, que bien puede dispensarme el señor Mandarín que está presente, acusado por una pequeñez, a que medite un momento sobre su causa.
Meditó un rato el chino, o hizo que meditaba, y declaró que aunque la ley hablaba del robo en general, no encontraba en ella ningún artículo referente al robo de huevos, lo cual significaba: que no había castigo alguno para esa falta y en consecuencia, administrando justicia, etc., le declaraba absuelto.
El Secretario volvió a abrir el libro amarillo, tachó la palabra Horca, puso Absuelto.

¡Con qué facilidad se hacen estas cosas en la China!
El juez, entre tanto, se decía para su coleta: ¡Que plancha habría hecho que yo hubiera condenado a ese Mandarín de tres colas!
Aún no se había retirado éste del juzgado, cuándo fue acusado de haberse robado también la gallina que puso el huevo anterior.

El magistrado sudaba de frío. ¡Ya que el delito era más grave! ¡Cómo transigir! Sin embargo, muerto de miedo, escarbó el código y encontró un artículo que decía: "Al que se apropiara de animales ajenos, como gallinas, patos, cerdos, etc., se le cortará la cabeza".
El reo confesó su delito, con gran disgusto del juez, que hubiera querido que lo negara.
¿Qué hacer, pues? la ley era terminante; Tío Kín recordaba que algunos mandarines habían sido ajusticiados en otra época, y aunque la mano le temblaba firmó la sentencia.

Pero, al levantar la vista, observó con asombro que el reo tenía pendiente del cuello el botón de cristal, símbolo de los grandes chambelanes del imperio.
Inmediatamente se pusieron todos de pie ante el sindicado y le saludaron con el más profundo respeto. Sólo el Secretario, que era algo miope, y estaba ocupado por la tercera vez en enmendar la sentencia, demoró algo en levantarse y doblar el espinazo.

Pasado el primer momento de sorpresa, volvió el juez a registrar el código, estudió mejor el plazo y declaró, citando en su apoyo la opinión de notables juristas chinos, que aquello de que se le cortara la cabeza, que constataba en la ley, se refería únicamente a la cabeza del ave robada, nunca a la del ladrón, por lo cual suplicaba a éste tuviera la bondad de decapitar a la gallina, para satisfacer a la vindicta pública.
El Secretario se puso los lentes, abrió el libro amarillo, borró y escribió por la cuarta vez: 

-Pero, es el caso, exclamó el reo, sacando la corona de príncipe imperial y poniéndosela en la cabeza -, que como el dueño de la gallina me impidiera despojarle de su propiedad, yo le maté enseguida.

El personal del juzgado le hizo una profunda reverencia, en tanto que el portero, sabiendo de lo que ocurría, corrió a izar la bandera amarilla, en el balcón del palacio, para que supiera el pueblo de Pekín, que un principie honraba la mansión con su presencia. Y cuando estuvo izada, vino trayendo el almohadón de seda y el dosel de púrpura para el hijo del soberano; pero éste ya salía gravemente de la sala entre dos filas de altos dignatarios, encorvados hasta el suelo y precedido por el magistrado, que rompió la marcha tocando el gong.
Sólo el secretario andaba algo rezagado, motivo de haber tenido que romper, cuidadosamente para que no se notara, la página 3114 del libro de las sentencias. 

Al día siguiente, se instaló el tribunal, fue denunciado por un vendedor de té, de que no se había posternado cuando salía el príncipe del palacio de justicia.
Y, por supuesto, lo ahorcaron, porque la justicia en muy severa en Pekín.

***

- ¡Qué cosas pasan en la China! - dirán mis lectores.
- Sí - digo yo -; parece que pasaran aquí.

Originalmente publicado en Semanario El Sol, Argentina, 1900. 

No me conteis más cuentos - León Felipe.

I
(Introducción al poema "Un signo... ¡Quiero un signo!") 

Ya se han contado todos.
Todos se han dicho y se han escrito.
Y todos se han ovillado y archivado.
Los ha contado el viejo patriarca,
los han cantado el coro y la nodriza
los ha dicho un idiota, lleno de estrépito y de furia,
se han grabado en la ventana y en la rueda
y se han guardado en cajas fuertes las matrices.

Hay réplicas exactas de todas las tragedias,
discos fonográficos de todas las salmodias,
y placas fotográficas de todos los naufragios.
Ninguno se ha perdido. Estad tranquilos.
Se sabe que el poema es una crónica,
que la crónica es un mito,
la Historia, una serpiente que se muerde la fábula
y el poeta el cronista del Rey y el Arzobispo:
el narrador de cuentos.

Todos se han registrado.
Y todos están vivos todavía. Ahí pasa el pregonero:
"¡Cuentos!... ¡Cuentos!.. ¡Cuentos!... " 
Es aquel viejo vendedor de sombras y de risas
que ahora pregona cuentos.

Pero yo no quiero cuentos...
No me contéis más cuentos.

II 
Se todos los cuentos

Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan en cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos...
y que el miedo del hombre...
ha inventado todos los cuentos.
Yo sé muy pocas cosas, es verdad.
Pero me han dormido con todos los cuentos...
y sé todos los cuentos.

Revista Babel n°22, Julio-Agosto, 1944.

Cuadros de la vida - José Santos González Vera

Extraído de Letras Anarquistas. Artículos periodísticos y otros escritos inéditos de M. Rojas y J.S. González Vera. (compilados por Carmen Soria)

Cuando llego a la inmunda pocilga que tengo por refugio, contemplo la miseria que ella encierra, siento el germen de la rebeldía que invade mi ser; las ideas macabras cruzan en tropel desordenado por mi mente, luego se esfuman como visiones.

Al atardecer salgo a dar el paseo de costumbre: las calles del barrio obrero mal pavimentadas; en altos y bajos, contemplo con tristeza los raquíticos muchachos del pueblo; las escuálidas vírgenes del lodo; los obreros que salen de las fábricas, algunos encorvados por el peso del dolor y la miseria; otros flacos y pálidos, que parecen salidos de las tumbas; y así desfilan los mártires del trabajo, casi todos van hacia un mismo punto: "La cantina", que es una de las armas más poderosas de la burguesía.

Luego tornando a un barrio burgués cambia el paisaje; los parásitos charlatanes producen una bulla infernal con sus voces chillonas; otros afortunados hablan de las conquistas de vacaciones, mientras consumen cigarrillos; allá un industrial con cara de tonto grave se queja de las crisis industriales; que los operarios no se cansan de pedir aumento de salarios... y sigue el drama...

Las burguesillas van aprendiendo movimientos voluptuosos; sus angostos vestidos de seda producen sonidos quejumbrosos que reflejan tal vez el pedazo de vida que arrancó de la operaria al hacerlo. Hablan... hablan como locas... algunas cuentan que decepcionaron a sus amantes por sus ideas anti-religiosas... y así sucesivamente siguen las alegrías y las penas...

Aquí los burgueses se extasían en orgiante placer... y allí los miserables obreros enloquecen de hambre...

Y sigue el eterno drama de la vida... sigue... sigue... adelante.

Originalmente publicado en Verba Roja, primera quincena de febrero, 1914

La palabra última - Manuel Rojas

Me has dicho: no te quiero.
Yo he sentido una gran alegría.
Y una gran pena.
Alegría, porque me siento así mas solo y más libre que nunca.
Y pena, porque mi corazón, dulce siervo, siempre sentirá
    la nostalgia de una dorada esclavitud.
Y por esto, yo no sé si sonreír o llorar ahora.

Tu cariño me hizo amar durante algún tiempo la vida,
los bosques profundos, el cielo, el mar.
Y ahora, solo, mi antiguo amor por la muerte renace.
Yo debería agradecer tu palabra de liberación.
Pero mi espíritu tiembla ante la voz de su vieja soledad.
Y estoy con los ojos cerrados, en la actitud de un ciego
    que escucha.

Y pensar que todo habría sido suave y fácil.
Una palabra habría bastado.
Y nos hubiéramos unido largamente.
Pero tal vez nuestra continuada compañía me habría
    hecho aborrecer mi libertad.
Y entonces habría llorado largamente.
Porque es lo que más quiero después de ti y antes de la muerte.

Nicanor Parra: Hoy el sujeto es el planeta


Sí. El tema de los temas de hoy en Chile es la vuelta a la democracia. Ahora uno se pregunta ¿cómo es que uno quiera volver a una situación en la que ya estuvo y de la que quería salir? ¿no estaremos en peligro de repetir o de estar en presencia de un disco rayad? Si volvemos a la democracia, los viejos problemas sobreviven, evidentemente. La democracia no es la solución definitiva, la democracia burguesa, la democracia como se ha dado en Chile y en otros países, se entiende… De modo que yo personalmente*, que apoyo la vuelta a la democracia, tengo que tratar de autojustificarme. ¿Por qué creo que se impone la vuelta a la democracia? Por una razón muy sencilla: sin ella no se salva nada. Y nuestro deber fundamental en estos momentos es la supervivencia. El planeta se encuentra en pésimas condiciones. Está moribundo. ¿Y quiénes son los asesinos del planeta? El complejo industrial-militar. Entiendo por ello al capitalismo y al socialismo “real”, que en la práctica han resultado, como sistemas, tan depredadores. De modo que nosotros no volvemos a la democracia para reanudar la vieja lucha; el reemplazo del sistema  burgués por el sistema proletario. Es que han surgido en los últimos tiempos problemas gravísimos y en los que aspectos de la cuestión social serían solo eso; aspectos.

En la dictadura, o sea en una situación de capitalismo virulento, resulta imposible todo intento de comprender el problema y procesarlo. El capitalismo no dispone de herramientas para entender la cuestión. Como tampoco dispone de ellas el socialismo “real”, desafortunadamente. Marx entendió, mucho mejor que el liberalismo, el problema económico, el de la explotación del hombre por el hombre. Pero la relación del hombre con la naturaleza no es satisfactoria en el enfoque marxista, según el pensamiento ecologista, en vez de partir de Marx, prefiere un planteamiento contemporáneo más coherente: el planteamiento de Kropotkin. Pienso en un ecologista norteamericano, por ejemplo: Murray Bookcheen. En su libro, “Ecología de la libertad”, aporta una nueva cosmovisión, una especie de nuevo “Capital”. Y todo esto tiene más que ver con el socialismo libertario que con el socialismo autoritario.

Estas filosofías sociales decimonónicas tienen sus fallas. En su época significaron valiosos pasos adelante en la historia del hombre y en la caracterización de la lucha de clases. Pero hoy éstos son solo cuestiones parciales de las estructuras y de las situaciones más graves que operan entre bastidores.

Pienso en este momento en las relaciones jerárquicas generales. El ¡NO! a las relaciones jerárquicas, es una de las primeras intuiciones del ecologismo.

¡NO! A la relación jerárquica de amo a esclavo entre hombre y mujer, por ejemplo. Como una metáfora de fondo, el trato que da el complejo industrial-militar a la naturaleza no es nada más que otra cara del machismo: la naturaleza, como mujer, y el hombre comportándose ante ella de una manera autoritaria. Habría entonces que retroceder, habría que buscar entre bastidores y encontrar allí el último núcleo de las dificultades sociales y comunitarias.

Y hasta las del hombre con la naturaleza y consigo mismo. En síntesis estoy pensando en una vuelta a la democracia en Chile, pero con fines planetarios. En otros términos: acción puntual en Chile y en todas partes, pero con la obligación de pensar globalmente.

Las soluciones para estos dilemas que se barajan de ordinario son convincentes desde un de vista tradicional, pero carecen de plausibilidad ecológica. Una de las soluciones propuestas es el enfrentamiento. Pero esto viene a ser sinónimo de colapso ecológico y de holocausto nuclear. ¡NO al enfrentamiento! para empezar. Eso nos llevaría al Apocalipsis. ¿Habría que renunciar a la acción? ¿Habría que renunciar a la lucha? No. En su libro “Psicoanálisis y ecología”, Cesarman dice que no hay que extrañarse de lo que ocurre en el planeta. Si fuera lícito extrapolar los principios del psicoanálisis individual a la sociedad, veríamos que la comunidad humana está recibiendo como ordenes profundas de fuertes impulsos tanáticos. No se conoce ningún sistema que sea eterno, que sea inmortal. De modo que este que llamamos “sociedad humana” está tan expuesto como cualquier otro al desgaste y a la muerte.

Repensarlo todo de nuevo; esa sería la primera obligación. Y en esta responsabilidad de repensar la realidad social desde un punto cero, hay que estar en condiciones de responder a ls siguiente pregunta; ¿quién es el culpable del lamentoso estado actual del planeta? Hemos condenado al capitalismo y al socialismo “real”, pero estas filosofías fueron de muy buenas intenciones, porque ambas querían construir el Paraíso en la Tierra. ¿No habría una falla anterior? Se me ocurre que sí. En la Reforma estarían dadas las raíces del capitalismo, especialmente en Calvino, con su endiosamiento del trabajo. El trabajo no es otra cosa que acción sobre la naturaleza.

Transformación de la naturaleza en artefacto, en chatarra. Y todo esto opuesto al principio de finitud de la naturaleza descubierto por la ciencia contemporánea: la naturaleza no tiene una capacidad infinita de autorregulación.

Los ecologistas piden una solución lúcida del problema social. No una solución de ojos cerrados. Y no estoy hablando de la ecología académica tradicional inventada por Heckel en el siglo XIX: una ciencia estudia la prelación de una especie con su medio. Ni tampoco refiriéndome a esa doctrina dedicada a salvaguardar, por ejemplo, la vida de las ballenas o de las focas o interesada en plantar arbolitos. Naturalmente que todas estas actividades son bienvenidas. Pero son absolutamente insuficientes.

Maquillajes, coartadas, movidas. No son soluciones. Cuando digo ecologismo estoy pensando en las Propuestas de Daimiel, que los ecologistas españoles produjeron en el año 1978. Un movimiento socioeconómico basado en la idea de armonía de la especie con su medio, que lucha por una vida lúdica, creativa, igualitaria, pluralista, libre de explotación y basada en la comunidad y colaboración de las personas. Los auténticos presupuestos de una ecología social, realizada más allá de los términos de una ecología académica y de conservacionismo ambiental.

Originalmente publicado en Crisis No. 52, marzo 1987, p.22-25.