Ecce Homo - M. S. Papasquiaro


Caído de la nube menos proclive al estallido
Sin embargo / rebelde a ese amargo tronco
Gota a gota rana & musgo
expiación de pedruzco sin cascada
Desangro como a toro por los cuernos
el muñón resbaloso al que se aferra mi albedrío
Soy abeja africana que supera toda trampa
Dios exacto se hinca a mamarle la verga a Dios demente
Caín se le regala a Abel transformado en ajolote
                                  de mirra & cempazúchitl
No habrá otro espejo más cercano a las heridas
                                                de mi lengua
Soy aquél que llora
que coge lo poco que se encuentra
La caries que se chupa la mujer por no morderme
El arca de la Alianza confundida
El ala gambusina
La inabsorbible sangre
Los kilos de cerilla acumulada
tras la barda de vidrio de mi oreja anestesiada
Soy el último patio del último manicomio no dopado
Ni tengo sexo / Ni respeto a nadie
Gocé vivir
Beso a mi muerte
La empuño
la columpio
la salpico
la derrocho
No hay larva a quien no contagie de mi virus
Al miércoles de ceniza lo convierto en jueves
Porque son santos todos los balazos
Desde el primero al último.

La lengua de las mariposas



1936. En un pequeño pueblo gallego, Moncho, un niño de 8 años, se incorpora a la escuela tras una larga enfermedad. A partir de ese momento comienza su aprendizaje del saber y de la vida de la mano de su amigo Roque y de su peculiar maestro (Fernando Fernán-Gómez), que les inculca conocimientos tan variados como el origen de la patata o la necesidad de que las lenguas de las mariposas tengan forma de espiral.

No me interesa conocer su mundo de mierda - Arnolfo Cid Torres

El que dicen que va ser mi padre,
anda caminando por la calles sin tener idea de mi existencia.
Conoció a la mujer que me lleva en su vientre,
por las casualidades que ocurren cuando hay dos de ron y un par de pitos.
El se calentó y ella también,
quizás se conocían de antes, pero a mí eso me da lo mismo.
Borrachos llegaron a la pieza de él,
no prendieron la luz, y se tiraron en la cama,
Descontrolados, impacientes, como si ya no hubiese tiempo
Los dos desnudos y sudorosos quedaron,
A él ni siquiera se le paraba, no importaba
Para eso estaba ella
La erección vino, esta mujer abrió sus piernas y él la penetro
En menos de dos minutos, empecé el viaje yo,
En el velador habían condones, y en la farmacia pastillas
Después de un rato, ambos se vistieron
Desde ahí no se han vuelto a ver,
Ella no sabe aún qué existo
Y yo estoy aquí esperando que alguien anule mi presencia,
No me interesa conocer este mundo de mierda,
Tampoco me importan sus debates de la vida,
Lo que diga el cura, sus políticos conservadores y la moral que representan
Me tienen sin cuidado.
No me interesa conocer su mundo de mierda
Me cago en lo que llaman familia,
Sus cuentos, sus ropas, sus juegos hueones,
No quiero apagar las velas que me recordaran cada un año,
A la mierda de mundo que me han traído,
¡Permítanme ser anulado!
Para no ser educado, Para no ver sus guerras, para no pasear por sus malls,
Hipocresía, competencia, cinismo, ambición y consumo,
me invitan a convertirme en un buen señor.
Desde este pequeño espacio preparo mi suicidio,
Esperare unos meses hasta que crezca el cordón,
Los que dicen llamarse mis abuelos, se endeudaran,
para llevarme a un lugar cómodo donde ver mi aparición.
De seguro llevaran una cámara para inmortalizar el momento,
¡Permítanme ser anulado!
Para no conocer eso que llaman amor.
Bautizo, casamiento, trabajo y jubilación,
Para reproducir a más como yo.
No me interesa conocer su mundo de mierda,
Desde este pequeño espacio preparo mi suicidio,
Esperare unos meses hasta que crezca el cordón.

Miren como sonríen - Violeta Parra


Miren cómo sonríen
los presidentes
cuando le hacen promesas
al inocente.
Miren cómo le ofrecen
al sindicato
este mundo y el otro
los candidatos.
Miren cómo redoblan
los juramentos,
pero después del voto,
doble tormento.

Miren el hervidero
de vigilante
«para rociarle flores
al estudiante».
Miren cómo relumbran
carabineros
«para ofrecerle premios
a los obreros».
Miren cómo se viste
cabo y sargento
para teñir de rojo
los pavimentos.

Miren cómo profanan
las sacristías
con pieles y sombreros
de hipocresía.
Miren cómo blanquearon
mes de María,
y al pobre negreguearon
la luz del día.
Miren cómo le muestran
una escopeta
para quitarle al pobre
su marraqueta.

Miren cómo se empolvan
los funcionarios
para contar las hojas
del calendario.
Miren cómo gestionan
los secretarios
las páginas amables
de cada diario.
Miren cómo sonríen,
angelicales.
Miren cómo se olvidan
que son mortales.

Contra la noche - Omar Cáceres.

Con sus rápidos ojos que parten el viento,
los tranvías hallan, copian la ciudad;
las frías nubes despliegan, intensifican la vida.

Mi pensamiento rueda y se alarga hasta mi casa,
derramando sus lunas de sed en la tormenta;
burgueses y mendigos y vehículos,
todo lo que a mi encuentro viene,
se agranda a su contacto, resplandece,
y anula su existencia, acabase, en mi mismo.

Entonces canto mis límites, mi alegría desbordada
como un collar de olvido en la extremidad de un verso;
contra el rumbo de la noche voy ganando hojas de plata,
y he de estar dormido cuando todas me pertenezcan.

Primer comunicado de la Organización de Niñxs Salvajes contra la Adultocracia




prohibieron la risa, prohibieron el baile.
prohibieron los colores vistosos, el juego, el amor.


justo antes de esto fue el momento infame en el que secuestraron a nuestras madres i las condicionaron i estructuraron para servirles i servirles, adoctrinándolas a la sumisión i al encierro. todo esto sólo para satisfacer sus propios intereses.

no pudimos hacer nada. nada entendíamos de violencia ni de egoísmo. algunxs lograron escapar i se volvieron aún más bestias, se erigieron seres mitológicos, maravillosos i olvidados. en realidad, poco i nada sabemos de ellxs, prohibidos i sentenciados al olvido por la nueva Ley del Padre.

lxs que quedamos, la gran mayoría, fuimos, tal como nuestras madres, uniformados i domesticados. se inició la era del trabajo, i los niños salvajes debíamos de convertirnos en ciudadados funcionales a la tecnocracia, que sugería -imponía- una existencia dedicada a alimentar la codicia de algunxs pocxs, mediante la capacitación especializada i una deliciosa temporada en el infierno del estruja i aprieta.

se nos convenció de muchas cosas, i mucho tiempo pasó como para llegar realmente a creerles. de ser traviesos, juguetones e impredecibles, pasamos a ser automáticos, pálidos i angustiosos. nuestras inquietudes fueron violadas en pos de las banderas tuertas del progreso que nunca llegó i nunca ha de llegar.

todo esto fue cuidadosamente ocultado. las chicos salvajes que lograban percatarse del engaño fueron ajusticiadas según el concepto de justicia instaurado por la adultocracia. esto es: fueron silenciadxs i en muchas ocasiones se les dio caza, tortura i muerte.

pensamos que nunca saldríamos de la triste condición de chicas sentenciados a la adultez.



***
ha llegao la ONSA a buscaros, chicas perdidos. desde hoy huiremos de la personificación categorizadora de BABILON. desde hoy haremos tribu carnaval amor i caos.

ahí, dentro, más allá de las entrañas i los límites, hay algo vivo que nos llama, algo que es más fuerte que la ideología i la domesticación. hay un deseo que muerde, que grita una felicidad ilimitada e incorregible.

llegaremos a Nuncajamás, a Croatán, a Poliedra.
allí seremos nuevamente libres i salvajes,
i la vida nos sonreirá con su cara de loca,
i la existencia será bella como la abundancia misma acariciándose las piernas.


la adultocracia caerá
i nada podrá detener la carcajada ingobernable
de los Niñas Perdidos

Espantos de agosto - Gabriel García Márquez

Llegamos a Arezzo un poco antes del medio día, y perdimos más de dos horas buscando el castillo renacentista que el escritor venezolano Miguel Otero Silva había comprado en aquel recodo idílico de la campiña toscana. Era un domingo de principios de agosto, ardiente y bullicioso, y no era fácil encontrar a alguien que supiera algo en las calles abarrotadas de turistas. Al cabo de muchas tentativas inútiles volvimos al automóvil, abandonamos la ciudad por un sendero de cipreses sin indicaciones viales, y una vieja pastora de gansos nos indicó con precisión dónde estaba el castillo. Antes de despedirse nos preguntó si pensábamos dormir allí, y le contestamos, como lo teníamos previsto, que sólo íbamos a almorzar. 

 -Menos mal -dijo ella- porque en esa casa espantan. 

 Mi esposa y yo, que no creemos en aparecidos del medio día, nos burlamos de su credulidad. Pero nuestros dos hijos, de nueve y siete años, se pusieron dichosos con la idea de conocer un fantasma de cuerpo presente. 

 Miguel Otero Silva, que además de buen escritor era un anfitrión espléndido y un comedor refinado, nos esperaba con un almuerzo de nunca olvidar. Como se nos había hecho tarde no tuvimos tiempo de conocer el interior del castillo antes de sentarnos a la mesa, pero su aspecto desde fuera no tenía nada de pavoroso, y cualquier inquietud se disipaba con la visión completa de la ciudad desde la terraza florida donde estábamos almorzando. Era difícil creer que en aquella colina de casas encaramadas, donde apenas cabían noventa mil personas, hubieran nacido tantos hombres de genio perdurable. Sin embargo, Miguel Otero Silva nos dijo con su humor caribe que ninguno de tantos era el más insigne de Arezzo.

-El más grande -sentenció- fue Ludovico. 

 Así, sin apellidos: Ludovico, el gran señor de las artes y de la guerra, que había construido aquel castillo de su desgracia, y de quien Miguel nos habló durante todo el almuerzo. Nos habló de su poder inmenso, de su amor contrariado y de su muerte espantosa. Nos contó cómo fue que en un instante de locura del corazón había apuñalado a su dama en el lecho donde acababan de amarse, y luego azuzó contra sí mismo a sus feroces perros de guerra que lo despedazaron a dentelladas. Nos aseguró, muy en serio, que a partir de la media noche el espectro de Ludovico deambulaba por la casa en tinieblas tratando de conseguir el sosiego en su purgatorio de amor. 

El castillo, en realidad, era inmenso y sombrío. Pero a pleno día, con el estómago lleno y el corazón contento, el relato de Miguel no podía parecer sino una broma como tantas otras suyas para entretener a sus invitados. Los ochenta y dos cuartos que recorrimos sin asombro después de la siesta, habían padecido toda clase de mudanzas de sus dueños sucesivos. Miguel había restaurado por completo la planta baja y se había hecho construir un dormitorio moderno con suelos de mármol e instalaciones para sauna y cultura física, y la terraza de flores intensas donde habíamos almorzado. La segunda planta, que había sido la más usada en el curso de los siglos, era una sucesión de cuartos sin ningún carácter, con muebles de diferentes épocas abandonados a su suerte. Pero en la última se conservaba una habitación intacta por donde el tiempo se había olvidado de pasar. Era el dormitorio de Ludovico. 

Fue un instante mágico. Allí estaba la cama de cortinas bordadas con hilos de oro, y el sobrecama de prodigios de pasamanería todavía acartonado por la sangre seca de la amante sacrificada. Estaba la chimenea con las cenizas heladas y el último leño convertido en piedra, el armario con sus armas bien cebadas, y el retrato al óleo del caballero pensativo en un marco de oro, pintado por alguno de los maestros florentinos que no tuvieron la fortuna de sobrevivir a su tiempo. Sin embargo, lo que más me impresionó fue el olor de fresas recientes que permanecía estancado sin explicación posible en el ámbito del dormitorio. 

Los días del verano son largos y parsimoniosos en la Toscana, y el horizonte se mantiene en su sitio hasta las nueve de la noche. Cuando terminamos de conocer el castillo eran más de las cinco, pero Miguel insistió en llevarnos a ver los frescos de Piero della Francesca en la Iglesia de San Francisco, luego nos tomamos un café bien conversado bajo las pérgolas de la plaza, y cuando regresamos para recoger las maletas encontramos la cena servida. De modo que nos quedamos a cenar. 

Mientras lo hacíamos, bajo un cielo malva con una sola estrella, los niños prendieron unas antorchas en la cocina, y se fueron a explorar las tinieblas en los pisos altos. Desde la mesa oíamos sus galopes de caballos cerreros por las escaleras, los lamentos de las puertas, los gritos felices llamando a Ludovico en los cuartos tenebrosos. Fue a ellos a quienes se les ocurrió la mala idea de quedarnos a dormir. Miguel Otero Silva los apoyó encantado, y nosotros no tuvimos el valor civil de decirles que no. 

Al contrario de lo que yo temía, dormimos muy bien, mi esposa y yo en un dormitorio de la planta baja y mis hijos en el cuarto contiguo. Ambos habían sido modernizados y no tenían nada de tenebrosos. Mientras trataba de conseguir el sueño conté los doce toques insomnes del reloj de péndulo de la sala, y me acordé de la advertencia pavorosa de la pastora de gansos. Pero estábamos tan cansados que nos dormimos muy pronto, en un sueño denso y continuo, y desperté después de las siete con un sol espléndido entre las enredaderas de la ventana. A mi lado, mi esposa navegaba en el mar apacible de los inocentes. "Qué tontería -me dije-, que alguien siga creyendo en fantasmas por estos tiempos". Sólo entonces me estremeció el olor de fresas recién cortadas, y vi la chimenea con las cenizas frías y el último leño convertido en piedra, y el retrato del caballero triste que nos miraba desde tres siglos antes en el marco de oro. Pues no estábamos en la alcoba de la planta baja donde nos habíamos acostado la noche anterior, sino en el dormitorio de Ludovico, bajo la cornisa y las cortinas polvorientas y las sábanas empapadas de sangre todavía caliente de su cama maldita.